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Las Jornadas de octubre de 1970 (Parte 3)

EL JURAMENTO DE TORRES ANTE EL PUEBLO

Miguel Angel Pinto Parabá

El 7 de octubre de 1970, cuando el general nacionalista pensó que había concluido su ascenso al gobierno, la multitud en la Plaza Murillo empezó a reclamar que jurara ante el pueblo. Entonces Torres, extendiendo el brazo derecho cuyos dedos formaban el signo de la cruz cristiana, lo besó con unción patriótica y dijo que juraba ante el pueblo trabajar por él y por la revolución libertadora de la patria. 

El automóvil resultaba un tanto estrecho. El conductor era el capitán de ejército Ramiro Banegas. Este oficial, en épocas pasadas, fue uno de los hombres de confianza del expresidente René Barrientos, más tarde ayudante de Alfredo Ovando, y hacía poco que había retornado al país, pocos días antes de la revuelta “mirandista”, luego de cumplir una misión consular en el puerto chileno de Arica. Junto a él se instalaron los ayudantes de Torres, tenientes Fernando Ortíz y Luis Alvarez.

En el asiento posterior, por invitación especial del general Juan José Torres, nos sentamos junto a él, Luis Antonio Reque Terán y yo. Era el mediodía del día 7 de octubre de 1970. Antes de proceder al lento y angustioso descenso de El Alto a la ciudad de La Paz, Torres había bajado del automóvil para saludar y felicitar a los soldados del CITE (Centro de Instrucción de Tropas Especiales), del “Bolívar” (unidad de artillería) y del Grupo Aéreo de Caza (GAC), con cuya intervención decidida pudo intimidarse a los militares fascistas seguidores del general Miranda y coartar su camino al poder. Las unidades formadas militarmente prorrumpieron en vítores cuando el general Torres se aproximó a los soldados para darles palmaditas en la cara y en los brazos, expresándoles su contento y satisfacción por su disciplina y lealtad; éste volvió a ocupar su puesto en el automóvil presidencial, en el cual el día anterior el general Ovando fue conducido desde la puerta posterior de su casa de la avenida 20 de octubre hasta la del embajador argentino en La Paz, ubicada en la avenida Sánchez Lima, luego de su renuncia a la presidencia de la República por “temor” –según sostuvo–, al enfrentamiento militar sorteado con éxito por su sucesor.

“¡VIVA JOTA JOTA!

Se inició el cortejo y el general Torres, con las manos en alto, saludaba a la muchedumbre que se había dado cita a lo largo del camino ondulante que une la ciudadela de El Alto con La Paz.

Los ocupantes de aquel automóvil, que se desplazaba muy lentamente, experimentaban una extraña sensación de triunfo no previsto, mientras todas las miradas lo seguían. Por razones de precaución una media docena de vehículos, atiborrados de soldados y civiles armados, precedían a nuestro coche que avanzaba por las inmediaciones de la “Ceja” de El Alto; cuando fue posible acelerar la marcha, el general Torres, iniciando la conversación, dijo a Reque Terán: –Lucho ¡Te vas a hacer cargo de la Comandancia del Ejército!… Quiero hacerle saber que Jorge (Gallardo) ocupará el Ministerio del Interior porque es el único en el que puedo confiar… si nosotros tres nos ponemos de acuerdo creo que las cosas caminarán positivamente…

Reque Terán, tendiéndome su mano, me felicitó y le correspondí de la misma manera. Los ayudantes sorprendidos por las primeras novedades sobre la conformación del nuevo gobierno, expresaron su aprobación por las designaciones; el más entusiasta era el capitán Ramiro Banegas, quién, sacando la cabeza por la ventanilla, sin descuidar la conducción del vehículo y extendiendo la mano izquierda, exclamaba dirigiéndose al pueblo: “¡Viva Jota Jota! ¡Que viva Jota Jota…!” la gente, sorprendida, contestaba maquinalmente: “¡Que viva! ¡Que viva…!” e inclinando la cabeza buscaban en el interior del coche al general Torres, que se encontraba casi perdido en medio de sus acompañantes.

¡MUERAN LOS GORILAS!

La muchedumbre se hizo notablemente densa cuando el vehículo se acercaba a las inmediaciones de la puerta principal de la fábrica textil SAID; aquí los obreros celebraban el triunfo revolucionario con gritos estentóreos, expresando sus “mueras” a los “gorilas”, y exaltaban de mil modos el éxito político de ese 7 de octubre de 1970. Eran aproximadamente las 11:30 de la mañana. El sol resplandecía en un cielo despejado. Los obreros formaron una barrera humana infranqueable y, deteniendo el choche, exigieron que el general Torres se apeara y conversara unos instantes con ellos.

Las puertas del automóvil se abrieron con verdadera dificultad mientras los ayudantes, que velaban por la seguridad de Torres, decían algunas frases admonitorias de supuestos riesgos que pudiera correr. Cubierto de papel picado, que durante el trayecto le arrojaban las mujeres del pueblo, y de serpentinas de colores múltiples, el general trepó con agilidad a la maletera posterior del coche y levantando las manos en alto exclamó con voz ronca: –¡Queridos compañeros trabajadores!… Aquí estoy para decirles que este triunfo es fundamentalmente de ustedes y de las FF.AA. revolucionarias, sin cuyo concurso no lo hubiéramos alcanzado!… Yo les prometo que haré un gobierno que sirva a sus intereses, buscando esencialmente la justicia social y el mejoramiento de las condiciones de vida de todo el pueblo boliviano. Ahora tenemos que unirnos soldados, obreros, universitarios y campesinos para llevar adelante la Revolución Nacional de tal modo que nunca más vuelvan a manejar los destinos del país los servidores de la antipatria. ¡Nunca más los gorilas…!

En ese instante la fuerte voz de un obrero pronunció una frase significativa:
–¡Mueran los gorilas traidores del pueblo!… –La muchedumbre coreó al unísono: ¡Que mueran! Los denuestos apelativos contra los militares derechistas se escucharon por doquier, a tal extremo que ya resultaba difícil que el orador pudiera continuar con sus arengas revolucionarias.En seguida, ayudado por sus acompañantes, el general Torres descendió de su original tribuna y se introdujo en el automóvil no sin antes prometer a los obreros textiles que próximamente los visitaría en la fábrica para dialogar mucho más ampliamente.

¡LOS OBREROS AL PODER!

En el acto se abrió una impresionante vía flanqueada por gruesos contingentes humanos a ambos costados de la calzada y en medio de vítores estridentes. La caravana reinició su marcha hacia abajo; no habíamos recorrido 500 metros cuando en la puerta del local que queda en la intersección de las calles Quintanilla Zuazo y República (que siete años atrás había sido intervenida por las tropas militares para acallar la radioemisora fabril “Continental”, que funcionaba allí), la columna de vehículos fue interceptada otra vez por la abigarrada multitud que se mostró reacia a darle paso; los obreros, estudiantes universitarios, amas de casa de humilde condición social, rodeando el coche del general Torres prorrumpieron en un ensordecedor griterío ininteligible, en el cual se fueron diferenciando poco a poco frases coherentes: “¡Los obreros al poder…!” “¡Los militares al cuartel…!” «!Armas¡» “¡Que mueran los gorilas enemigos del pueblo!” “¡Que hable…!”; esto se refería a Torres, quien, no sin cierta nerviosidad que le había contagiado Reque Terán, directamente aludido por los gritos antimilitaristas, volvió a utilizar el coche como tribuna y pronunció unas cuantas frases, entre los gritos de la multitud:–Sí, compañeros: los gorilas al cuartel, pero los militares revolucionarios unidos al pueblo para profundizar la revolución… ¡Adelante! ¡Cambiaremos las cosas en este país y ustedes serán el principal motor del gobierno revolucionario…!
Entre los violentos forcejeos de la gente que pugnaba por evitar que continuáramos nuestro viaje y los sistemáticos empujones de nuestros guardias para poner un poco de orden, los vehículos reiniciaron su marcha con gran lentitud, flanqueados por los soldados fuertemente armados que habían bajado de los camiones “caimán” que los transportaban. El descenso se hizo más fácil y los vehículos enfilaron hacia la avenida Kennedy, que partiendo de la Manco Capac continúa unos quinientos metros hacia abajo hasta llegar a la plaza Alonso de Mendoza.

RUMBO A PALACIO

A lo largo de este recorrido, Torres no se cansaba de saludar con lo que sería una suerte de símbolo de su gobierno: los brazos extendidos hacia arriba formando con su cabeza y hombros una gran “V”. Este signo se convirtió años atrás en la “V” de la victoria del Movimiento Nacionalista Revolucionario, copiándolo del símbolo usado por Winston Churchill en la segunda guerra mundial, que se formaba con sus dedos de la mano.

Descendiendo de la empinada calle Evaristo Valle en medio de un mar de gente frenética, casi se produce un accidente cuando el conductor del coche de Torres, capitán Banegas, por tanto sacar la mano izquierda y parte del cuerpo por la ventanilla para gritar: “¡Viva Jota Jota…! descuidó la conducción sin advertir que los coches que le precedían se habían detenido ante la avalancha humana que coreaba también: “¡Jota Jota…!”, haciendo referencia a las iniciales de los dos nombres de pila del general Juan José Torres. Rápidamente advertimos al conductor, quien detuvo el vehículo a escasos centímetros de la muchedumbre. Esta, al ver que con su imprudencia podía haber ocasionado una tragedia, comenzó a despejar la ruta a lo largo de las tres cuadras que constituyen la afamada calle Comercio de la ciudad de La Paz. Esta arteria nace en la plaza Pérez Velasco y desemboca en la plaza de armas principal, que lleva el nombre del caudillo de la independencia revolucionaria, Pedro Domingo Murillo. Al llegar a este lugar el gentío se había hecho mucho más numeroso; infinidad de hombres y mujeres, niños, ancianos, excombatientes de la Guerra del Chaco, se habían instalado en las graderías del imponente edificio de granito de la catedral metropolitana de Nuestra Señora de La Paz, que colinda con la sencilla arquitectura de la Casa de Gobierno.

¡LOS MILITARES AL CUARTEL!

La multitud rompió en fuertes aplausos al advertir nuestra presencia, que se prolongaron hasta que llegamos a la puerta principal de la Casa de Gobierno, testigo mudo de infinidad de acontecimientos como este. En otras épocas y circunstancias, la algarabía popular se manifestaba cuando arribaba a sus estrados el líder conocido del pueblo o el nuevo caudillo que, con actuaciones heroicas, había derrotado a sus enemigos políticos, apoderándose del poder supremo. El simbolismo de este acto radicaba en la toma de posesión del Palacio Quemado, en el cual alojaría, a partir de ese 7 de octubre de 1970 a un nuevo personaje surgido de la situación institucional del país, en momentos verdaderamente dramáticos e insospechados para todos.

Después de atravesar el hall principal, los que acompañábamos a Torres nos dirigimos resueltamente hacia el famoso “Salón Rojo”, cuyos tres viejos ventanales que dan a la Plaza Murillo ya estaban abiertos y engalanados con los colores de la enseña nacional de Bolivia. Al salir el general a los balcones se produjo una estruendosa ovación que poco a poco fueron dominando los gritos organizados de universitarios y obreros que voceaban a mandíbula batiente el consabido slogan de: “¡Los obreros al poder…! “¡Los obreros al poder…!” “¡Los militares al cuartel…!” “¡Los militares al cuartel…!” “¡Los gorilas al paredón…!”, mascullaron unos cuantos asistentes que se encontraban en el sector que da justamente a la esquina Ayacucho-Comercio donde se erige el edificio del tan venido a menos Congreso Nacional. Cuando cesó un poco el bullicio, se entonó el himno nacional con fuerte fervor patriótico. Enseguida un improvisado locutor anunció que hablaría el general Torres. Los gritos se sucedieron con mayor estridencia en medio de fuertes aplausos. Torres, extendiendo los brazos en forma de “V” y poniéndose de puntillas exclamó: “¡… Querido pueblo paceño…! ¡Querido pueblo boliviano!” (Felizmente se dio cuenta de que no debía usar la palabra “conciudadanos” que introdujo en el léxico político de Bolivia el expresidente Barrientos, en su desesperación por borrar de la memoria de sus compatriotas la palabra “compañeros”, de la que usó y abusó el MNR). Dijo que se sentía emocionado porque por fin el pueblo se había impuesto a los reducidos grupos fascistas del Ejército, con la ayuda de los militares revolucionarios, es decir, los hombre de la fuerza aérea boliviana, quienes hicieron realidad esa hermosa circunstancia que todos vivíamos ahora. Prometió que trabajaría en favor de los humildes, porque también él había conocido en su niñez el hambre y la miseria. Finalizó pidiendo al pueblo que “sí a él los empezaba a traicionar, deberían echarlo del Palacio de Gobierno”.

JURAMENTO ANTE EL PUEBLO

Cuando pensó que había concluido de forma adecuada, la multitud en la plaza empezó a reclamar que jurara el cargo ante el pueblo. Entonces Torres, extendiendo el brazo derecho cuyos dedos formaban el signo de la cruz cristiana, lo besó con unción patriótica y dijo que juraba ante el pueblo trabajar por él y por la revolución libertadora de la patria boliviana. Era la primera vez en lo que va del siglo que este hecho ocurría en la historia política de Bolivia.

Así terminó el sencillo pero significativo acto de toma de posesión del mando. El nuevo presidente, juntamente con todos sus acompañantes entró en el edificio para dedicarse a una importante tarea: organizar el nuevo gobierno mediante la nominación, en primera instancia, de los miembros del Consejo de Ministros junto a los cuales el flamante presidente de la República tendría que gobernar durante los próximos trescientos dieciocho días.

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Fuente: Relato recopilado por Miguel Pinto Parabá del texto “De Torres a Banzer” de Jorge Gallardo Lozada, quien fue ministro del Interior en ese entonces.

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