A propósito de la sigla MAS-IPSP

Las luchas simbólicas en el MAS

Lorgio Orellana Aillón

Además de una pugna por la dirección de las organizaciones populares y por el control de los puestos gubernamentales, esta lucha en el seno del partido oficialista es por quien se queda con «el santo grial», es decir, con el símbolo MAS, en torno al cual se ha configurado un nombre, una tradición, una historia, una cierta aura, venerable todavía para un importante espectro subalterno.

Todo ser humano, como bien entendía Durkheim, es una persona «de fe», es decir, todos tenemos alguna figura u objeto que colocamos dentro del ámbito de lo sagrado, ya se trate de la bandera nacional, el himno nacional, la hoz y el martillo, o incluso la bandera y el nombre del MAS.

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Alrededor de la veneración de estos objetos, se configuran verdaderos mitos – «los sagrados intereses de la patria», «la revolución proletaria», «el proceso de cambio»- y se inscriben ciertas figuras heroicas – «los héroes de la patria», «el proletariado», «el hermano Evo».

Toda política, además de una ciencia y un proyecto de estado, es una teología, un conjunto de creencias afectiva y emotivamente construidas que generan adhesiones identitarias e irracionales, pero muy efectivas al momento de cohesionar a sus seguidores.

En dicho proceso, la bandera azul del MAS ha sido un símbolo que ha acompañado innumerables ampliados, marchas, asambleas, concentraciones, tomas de posesión de mando. Como el crucifijo que acompaña toda misa religiosa católica, de un modo equivalente la bandera azul acompañó las diversas liturgias políticas organizadas en el seno del MAS y en el gobierno durante estos últimos años.

«El hermano Evo» ocupó un lugar central en torno a la construcción de esta mística, pero su imagen, pisoteada durante la asonada golpista de 2019, fue muy dañada, desacralizada. El «símbolo», a los ojos de una buena parte de sus creyentes, perdió gran parte de su lustre, de su «poder mágico», es decir de lograr efectos prácticos en las acciones de sus adherentes y adversarios. Hasta su caída, el «hermano Evo» era «insustituible»; al igual que los profetas, sus discípulos se habían esmerado en construir un aura de santidad. Es cierto que el poder sobre el cargo jugó un papel central en la construcción de esta obediencia, pero no es menos cierto que alrededor del «profeta» también se construyó toda una mística, donde no faltaban personas dispuestas a besarle honestamente la mano. Siempre hubo infaltables llunkus, pero también hubo honestos creyentes. Es, precisamente, el deterioro de las filas de creyentes, la inconfundible señal de la crisis.

La ascensión de un nuevo gobernante masista desarticuló la fe construida en torno al caudillo irremplazable. Uno de los rasgos de los personajes y objetos sacros, constituye precisamente su carácter insustituible. Así como el credo nacional en los cuarteles establece «un solo Dios, una solo patria, una sola bandera» – meter ahí una wiphala y al Che como nuevo héroe mítico solo podía generar ronchas, como sabemos- del mismo modo la teología política en el MAS se configuró en torno a la figura de Evo como un líder insustituible. Los arquitectos de esta fe política hoy están pagando caro sus efectos, pues la emergencia de un gobierno masista no dirigido por Evo terminaría echándola en el trasto, abriendo el escenario para el surgimiento de innumerables detractores de Evo Morales dentro de las propias filas del MAS.

El mito del líder irremplazable, construido esmeradamente durante años por los discípulos de Evo Morales, está roto, y los esmerados esfuerzos de Juan Ramón Quintana y sus seguidores por unir sus piezas resultan inútiles. Durante el golpe de 2019, a Evo Morales le pasó lo mismo que a los curas, las monjas, las cruces, las iglesias y las estatuillas de santos durante la reforma protestante del siglo XVII: su símbolo está roto.

Caída la efigie del caudillo, lo que queda es la sigla del MAS-IPSP, que como símbolo aún queda intacto. Si el gobierno de Luis Arce Catacora logra apropiarse del símbolo, quitándoselo a sus históricos fundadores, los campesinos cocaleros del Trópico de Cochabamba, quedará igualmente roto. Ya no servirá a Evo Morales, evidentemente, pero está claro que envestir a Arce Catacora con el símbolo del MAS equivale a usar un ropaje prestado.

Así como la ultraderecha se cebó arrastrando por los suelos la imagen de Evo Morales entre octubre y noviembre de 2019, hoy los masistas ultrajan las reminiscencias de su capital simbólico, la bandera del MAS-IPSP, contribuyendo esmeradamente a que el símbolo devenga un simple pedazo de tela azul, que puede ser olvidado con el tiempo.

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