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Tayyip Erdogan: «El Gobierno sueco debe cuidar sus calles»

Javier Claure C.

La quema de ejemplares del Corán en Suecia ha generado un profundo malestar y manifestaciones en los países islámicos. Ante esta realidad, el Gobierno y las autoridades suecas no saben qué hacer. Están atados de manos a la distorsionada «libertad de expresión» que reina en el país nórdico. La libertad de expresión está consagrada en la Declaración Universal de Derechos Humanos. Esta declaración describe que toda persona tiene derecho a protestar, a pensar como quiera, a expresar sus opiniones, a compartir información, a criticar a los que ejercen el poder, etc. Sin embargo, todo debe llevarse a cabo de forma civilizada y pacífica. En Suecia se ha desportillado el concepto de libertad en general. El 21 de enero del año en curso, Rasmus Paludan, líder del partido danés ultraderechista Stram Kurs, obtuvo permiso de la Policía sueca para quemar un Corán cerca de la Embajada de Turquía. Envolvió el libro sagrado con panceta y, tras un fuerte contingente de policías, le prendió fuego. Cinco meses más tarde, el 28 de junio, Salwan Momika de origen iraquí obtuvo otro permiso para quemar el Corán a las afueras de una mezquita ubicada en pleno centro de Estocolmo. Momika se limpió los zapatos con el libro sacrosanto, lo pateó como si fuese una pelota de fútbol, arrancó hojas, lo envolvió con panceta y le prendió fuego. A principios de agosto Salwan Najem, que anteriormente ya había quemado el Corán, obtuvo de nuevo permiso para cometer el mismo delito cerca del Parlamento sueco. El domingo 3 de septiembre Salwan Momika, una vez más, quemó el Corán en la ciudad de Malmö. A raíz de estos aberrantes incidentes, el mundo musulmán reclama al Gobierno sueco que haga algo para evitar la quema del libro sagrado.

Durante 200 años Suecia figuró como un país neutral ante la comunidad internacional, aunque en realidad nunca lo fue en el sentido estricto de la palabra. Hoy en día llora amargamente para entrar en la OTAN, pero Turquía le puso una gran piedra en el camino; alegando que Suecia apoya a la organización terrorista del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK). El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, también se ha manifestado sobre la quema de coranes con las siguientes palabras: «El Gobierno sueco debe cuidar sus calles. Decimos no a Suecia en la OTAN mientras se permita la quema del Corán». El líder iraní Ayatollah Ali Khamenei exige a Suecia que los autores de la quema del Corán sean entregados a tribunales judiciales de los países islámicos y señala: «Suecia se ha posicionado para una guerra contra el mundo musulmán» Y en esta línea, la Embajada sueca en Bagdad fue asaltada por furiosos manifestantes musulmanes. El Ministro de Comunicaciones de Irak, Hayam Al-Yasiri, ha anunciado que su país suspende los negocios con las empresas suecas. Y así muchos líderes de los países musulmanes han repudiado categóricamente los actos salvajes de prender fuego al Corán. Y como si fuera poco, Al Qaeda amenaza a Suecia con atentados terroristas. De manera simultánea, el Servicio de Seguridad de Suecia elevó el nivel de amenaza terrorista de 3 a 4 en una escala de 5. Y las autoridades han emitido un comunicado, muy ambiguo, en el que piden a los ciudadanos estar alertas frente a cualquier movimiento sospechoso y a no utilizar auriculares cuando uno está en la calle o cuando uno viaja en los medios de transporte. Al mismo tiempo, la Policía sueca no garantiza la seguridad al cien por ciento.

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La libertad de expresión no es incondicional. Desde este punto de vista, hay un límite entre la libertad de expresión y la libertad de acción. También es cierto que existe una fuerte correlación entre la libertad de expresión y la democracia. Es decir, cuanto más amplia es la democracia en una sociedad, entonces se expanden los límites de la libertad de expresión. No obstante, el límite entre lo que es delictivo y lo que no lo es depende, en última instancia, de la decisión del soberano. Una sociedad se construye sobre la base de valores éticos y morales. Y si una persona tiene un pensamiento delictivo, tendrá que pensar mil veces antes de llevar a cabo dicho pensamiento. De lo contrario, deberá estar consciente que existe una gran probabilidad de ser castigada con todo el peso de la ley. En otras palabras, no se debe confundir libertad con libertinaje, ni tampoco se puede ir más allá de los límites fijados por el soberano. En este sentido, citaré al filósofo holandés, Baruch Spinoza (1632-1777) de origen hispano-portugués. Spinoza afirmaba: «Nadie tiene por completo el derecho de actuar según sus deseos y a su arbitrio, pues hay que obedecer incondicionalmente las leyes, incluso las más absurdas». Charles Montesquieu (1689-1755), filósofo y jurista francés, señalaba que la libertad consistía en hacer todo aquello que permiten las leyes. Y Norberto Bobbio (1909-2004), filósofo y abogado italiano, le dio diferentes significados descriptivos al concepto de libertad. En primer lugar, hacía referencia a una libertad con rasgos de libertinaje, y la llamó «libertad negativa o libertad sin impedimento». En consecuencia, una persona, según este tipo de libertad, puede realizar un acto delictivo sin el impedimento de las leyes ni del Estado. En segundo lugar, está «la libertad positiva o la libertad democrática». Bobbio la definió como el poder de darse leyes a sí mismo. Y en tercer lugar, está «la libertad autónoma». Dicho de otra manera, se refiere al poder de no obedecer otras normas que las que uno mismo se ha impuesto. Bobbio recalca que la autonomía no significa «no tener leyes», sino más bien, al igual que en la libertad democrática, se trata de darse leyes a sí mismo.

Ahora bien, para entender lo que está pasando en Suecia, hay que tomar en cuenta dos aspectos. La coalición que gobierna en Suecia y ¿cómo interpretan ciertas élites suecas el concepto de libertad de expresión?

Actualmente Suecia está gobernada por cuatro partidos: Demócratas Suecos, Moderados, Demócratas Cristianos y Liberales. El partido Demócratas Suecos se fundó a finales de los años 80. Tony Gustavsson, historiador e investigador de la Universidad de Uppsala, haciendo alusión a los fundadores, dice: «uno pertenecía al nuevo movimiento sueco (nysvensk rörelsen), un movimiento de ideas fascistas. Otro pertenecía al movimiento cabezas rapadas (skinnskallerörelsen), un movimiento racista, y otros parecen haber cultivado diversos tipos de contactos nacionalsocialistas y se han movido sin obstáculos en estos entornos». Maria Robsahm, autora del libro «Demócratas Suecos y el Nazismo», advierte: «El actual partido político Demócratas Suecos se ha apoderado de una ideología que debería haber desaparecido para siempre en 1945. Pero el nazismo y las tendencias nazis continúan, año tras año, con la misma frecuencia bajo la pulida superficie de este partido de extrema derecha». Tomando en cuenta todos estos aspectos, vale la pena analizar los pensamientos que rondan en las cabezas de algunas élites suecas. Rickard Jomshof es el actual presidente del Comité de Justicia en el Parlamento y miembro del partido Demócratas Suecos. Este sujeto, de inclinación nazista, ha hecho publicaciones extremadamente despectivas a cerca del Islam y del Profeta Mahoma. Además, ha dicho, con mucho odio que le salía por los poros de la cara, que «se debería quemar 100 coranes más».

Jimmie Åkesson, el líder del partido neonazi Demócratas Suecos, no está de acuerdo con que se modifique la ley que protege la libertad de expresión. Uno de sus argumentos es que si se modifica la ley, entonces los grupos musulmanes exigirán nuevas prohibiciones. La cabecilla del partido Demócratas Cristianos, Ebba Bush, también está en contra de modificar la ley. Y el primer ministro sueco, Ulf Kristersson del partido Moderado, tiene una posición ambigua, pusilánime e hipócrita en sus comentarios acerca de la quema del Corán. Y ha dicho: «Nos encontramos en un estado muy grave en cuanto a la seguridad de Suecia se refiere. Esta situación es la más seria después de la Segunda Guerra Mundial. Sabemos que hay Estados e individuos que aprovechan estos momentos. Tenemos que defender nuestra libertad de expresión». Kristersson no ha condenado severamente la quema del Corán. Al mismo tiempo, la Televisión Sueca hizo un sondeo con los miembros de los partidos políticos en el Parlamento. Se consultó si es correcto quemar las Sagradas Escrituras. La mayoría contestó que defenderán la libertad de expresión. En realidad, ningún partido está dispuesto a rectificar la legislación. Algunas autoridades alegan, injustamente, que Rusia e Irán, refiriéndose a la quema del Corán, están haciendo campañas para desprestigiar a Suecia.

En el país vecino Dinamarca, también quemaron coranes, pero ha modificado su legislación. Copenhague ha prohibido por ley la quema del Corán. La legislación finlandesa no permite la quema de Sagradas Escrituras. En cambio las élites suecas, que actualmente gobiernan el país, erróneamente creen que Suecia es el ombligo del mundo. Consideran que tienen la mejor democracia. Y, por ende, una «impecable libertad de expresión». A decir verdad, muchos países tienen una amplia libertad de expresión. Pero lo que está claro, es que la libertad de expresión es una manifestación pública delimitada. Para ejercerla, hace falta tener inteligencia, educación, dos dedos de frente, respeto, responsabilidad con otros seres humanos, etc. Libertad de expresión no es difundir odio, rencor y desprecio. Libertad de expresión no es difamar, no es «no tener límites » ni tampoco emitir señales de superioridad. Lamentablemente ciertas élites suecas, todavía, no han entendido que la famosa libertad de expresión tiene límites. No han comprendido que el libro sagrado del islam, el Corán, encierra misticismo, cultura, sentimientos y religiosidad. Y que millones de seres humanos caminan por los senderos del profeta Mahoma. Obviamente se puede criticar a una religión, pero hay que hacerlo con altura. Patear el Corán, arrancar hojas del libro sagrado, limpiarse los zapatos con el Corán, envolverlo con panceta y luego quemarlo en público; es un insulto y un acto de odio contra la comunidad musulmana en Suecia en particular, y contra los pueblos islámicos en general. No se trata de ejercer caprichos de tintes neonazis, sino más bien considerar la realidad de forma objetiva, y, sobre todo, respetar lo que es sagrado para el prójimo. Solo así se desarrollan los pueblos civilizados.

Los partidos políticos Moderados y Demócratas Suecos hacen la combinación perfecta para proyectar chispazos ultrarreaccionarios, no solamente en este aspecto; sino también en otras áreas de la sociedad. Y esta realidad deteriora un Estado de bienestar como es considerado Suecia. Pero afortunadamente hay una luz al final del túnel. No todo el pueblo sueco está de acuerdo con la quema del Corán. La empresa de consultoría en estadística, Kantar Public, a pedido de la Televisión Sueca, realizó una investigación con una población considerable. Se preguntó si se debería prohibir o no la quema de libros sagrados en público. Un 53 por ciento de los participantes considera que se debería prohibir la quema de libros sagrados como el Corán, la Biblia y la Torá. El 34 por ciento contestó que debería ser permitido quemar libros sagrados. Y el 13 por ciento se sienten dudosos ante la pregunta.

Ojalá que la luz de la libertad de expresión, en Suecia, arroje nuevos horizontes para convivir en paz en medio de la diversidad. 

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