«Nos mataron como a animales»

Verónica Córdova

El título no solo responde al informe sobre las masacres de Senkata y Sacaba publicado por la Universidad de Harvard. Es una expresión repetida muchas veces durante los aciagos días de noviembre: la sensación de que quienes se oponían al Golpe no eran vistos como seres humanos. Que no solo los policías y militares que salieron a reprimirlos, sino también los medios de comunicación, las autoridades de facto y una buena parte de la clase media los ponía en una categoría distinta, a la que podían referirse como “hordas” y definir como “terroristas” para, por esa vía, dispararles impunemente.

Es un tropo clásico del racismo, que se usó con el mismo efecto por los nazis contra los judíos, por poner solo un ejemplo. Una vez que separas a un grupo del tuyo y lo despojas de las cualidades que en el discurso predominante nos caracterizan como “humanos” (racionalidad, libre albedrío…) es mucho más fácil convencer a tus seguidores de discriminar, perseguir y luego eliminar físicamente a ese grupo.

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Estamos viendo ese proceso desarrollarse delante de nuestros ojos, desplegarse en nuestras redes sociales, materializarse en discursos, imágenes y comentarios que hace muy poco habríamos hallado inaceptables. Es ahora frecuente escuchar a cualquier persona referirse a ciertos grupos como “llamas” o “burros” y representarlos con el rostro de simios. El periódico El Deber de Santa Cruz publica con indignante frecuencia ese tipo de ilustraciones en su sección de humor gráfico. Representar al que no comulga con nuestras ideas como a un animal no es una broma inocente: es un paso hacia el despojo de derechos que se asignan justamente por la condición humana de quienes los reciben. El derecho al voto, por ejemplo.

Otra forma menos explícita, pero igual de efectiva, de deshumanizar al otro es asumir su incapacidad de voluntad propia, su imposibilidad de decidir libremente, en base a su conciencia, cómo participar de la vida social y democrática. Un ser humano que solo participa de la vida colectiva “obligado”, “pagado” o (en otra forma de animalización frecuente) “arreado como ganado”, es un ser humano incompleto, en el mejor de los casos un “niño” y en el peor de los casos un sub-humano. Bajo esa lógica, durante más de un siglo de vida republicana se excluyó a la mayoría de la población boliviana de la ciudadanía y el voto. Si no se asume que el otro puede tomar decisiones libres y conscientes, no puede confiársele el destino de gobernar o decidir cómo ser gobernado. Una vez instaurada esa idea en el discurso general, resulta aceptable eliminar la opción política de esa población, quitarle la personería jurídica a su instrumento político, orillarlo hacia la abstención y suponer que no habrá reacción alguna.

O que sí la habrá. Ahí es donde entra otro tropo del fascismo: asumir que el otro, al ser subhumano, es también bestial, peligroso, salvaje. Que vendrá en “hordas” desde El Alto para saquear los barrios paceños (como publicó Página Siete en noviembre). Que hará volar la planta de Senkata, matando no solo a miles de alteños sino también a sus propias familias. Que es capaz de disparar a sus propios compañeros o de traer gente enferma para deliberadamente contagiar a los que participen en una marcha, como afirman sin escrúpulos ciertos ministros.

Deshumanizar al otro es el primer paso para subyugarlo, perseguirlo, eliminarlo. La historia nos muestra que es muy sencillo, y que puede darse de forma muy rápida en ciertas condiciones de crisis. No podemos permitir que ese discurso termine de separarnos. Cada uno de nosotros es responsable de evitarlo, porque cada uno de nosotros sufriremos las consecuencias si no lo hacemos.

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