Silencios y palabras:

Notas críticas al libro de Teoponte de Gustavo Rodríguez Ostria

Boris Ríos Brito

Para hacerse de la historia existe una disputa, de esta manera, el sujeto “autorizado” para narrar la historia –el historiador– en la Bolivia conservadora se ha vestido del manto de la apariencia de la palabra absolutamente verdadera, o en palabras de Bourdeiu (2000), con los ropajes de un doxósofo[1]. Esto no quiere decir que no haya estudiosos bolivianos que desarrollaron y desarrollen una historiografía crítica desde un “tiempo actual”, tiempo benjaminiano que puntualizaremos más adelante para no caer en el misticismo historicista que solamente reclama la objetividad, o en el otro rostro de la medalla, en el más pobre subjetivismo.

Apartados de estos posicionamientos y ropajes del doxósofo, que tienen como resultado siempre el mismo discurso de la clase dominante, buscaremos hacer puntuales algunas objeciones con el libro de Gustavo Rodríguez Ostria: Sin tiempo para las palabras. Teoponte. La otra Guerrilla guevarista en Bolivia, publicado por el Grupo Editorial Kipus en Cochabamba en 2006 y reimpreso en 2009 y 2015.

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Las motivaciones para estas notas críticas, siempre presentes en cualquier hacer del animal político, son las de reflexionar sobre el papel del “historiador” a la hora de producir historia, o en términos genéricos, la de desnudar el sentido de la producción intelectual, por un lado, y advertir de algunos excesos en el texto, tanto en su método como en su propia apreciación, por otro. También es necesario reconocer que tenemos una mirada militante frente a la construcción colectiva de la historia y la memoria de los que ya no están presentes para rebatir al texto en cuestión, lo que nos motiva a no dejar que el silencio cómplice se apropie de nuevo del manto de la verdad, o que las conjeturas remplacen a los hechos.

Convencidos muchos y muchas de las entrevistadas de que las motivaciones de Rodríguez eran las de aportar a una reconstrucción de la historia del Ejército de Liberación Nacional (ELN) para seguir luchando, como nos afirmara una militante del ELN, le brindaron a este entrevistas, contactos con personas relacionadas y documentos. Por lo que es también válido reconsiderar cuáles fueron las motivaciones reales de Gustavo Rodríguez para emprender una tarea que le costara un gran esfuerzo personal, con algo así como una década de investigación –según informaron algunos de sus colaboradores–, pero que al mismo tiempo le causara tanta animadversión reflejada en las páginas de su libro y, finalmente, le sirviera para enriquecer su capital, por lo menos el simbólico.

Por último, es notorio que en varios pasajes o reconstrucciones hechas por nuestro autor, en su papel de “árbitro de la historia” (sic.), papel que juega a favor de su posicionamiento, existan vacíos, equivocaciones y desconocimientos, lo que seguramente podrá ser corroborado al tiempo de que algunos de sus entrevistados vayan refutando afirmaciones temerarias o aspectos deformados de los sucesos y de las entrevistas que brindaron. Por nuestro lado, recogimos entrevistas y bibliografía a nuestro alcance para desarrollar las observaciones críticas al mentado texto y que ponemos ahora a criterio del lector/a.

  1. La historia la escriben los vencedores: marco de crítica al método y al discurso de Rodríguez

Rodríguez señala en su libro que “busca evadir un tono hagiográfico” (Rodríguez, 2009: 10) y se dice partícipe de la corriente del “presente actual”. Asume, con Antonie Prost, la construcción problemática de un cierto objeto de investigación. Bajo estos postulados, muchas veces contradichos en el propio discurso del texto, asumiría como “historiador”, registrar la historia entre quienes la vivieron y hacer de “istor en el sentido que le daba Heródoto” (ídem), para definir su tarea, recurriendo a Peirre Nora, como la de “[…] una operación permanente intelectual, laica, que exige un análisis y discurso crítico” (: 11). Es decir, el autor busca reconstruir la historia de la guerrilla de Teoponte recopilando documentos y entrevistas con una visión crítica, en una especie de arbitraje, “sin creer todo lo que le dicen”, para terminar escribiendo bajo su propio análisis y discurso “críticos”, es decir, dando su sentencia como árbitro de la historia[2].

Esta interpretación, en la línea de Prost, bajo el manto de la relatividad de la verdad y la subjetividad, cae en muchos pasajes del libro en la superficialidad de la construcción de imágenes a partir de la estricta crítica y visión del autor, punto sobre el cual es necesario indagar para tener una comprensión más profunda del texto, ya que en muchos momentos se llega a negar y rebatir lo expuesto por los y las propias entrevistadas, que algunas veces son cuestionadas por el autor por no haberle brindado la información que él exigía.

Como parte del entendimiento de Rodríguez, de sentirse parte de una generación que vivió los sucesos de Teoponte, realiza una recreación desde una “historia del presente”, haciéndose parte del discurso que desarrolla. Así, también como instrumento de su “sentirse parte de la historia”, utiliza una muy reiterada “bitácora” en autoreferencia sobre sus pareceres, emociones y pensamientos, tanto a la hora de las entrevistas, como a la de sus cavilaciones.

En este esquema, y asumiendo la crítica de Bourdieu, nos parece que no se valora el peso de la propia subjetividad, del quién escribe, visible no solo en el siempre presente mapa valorativo que se aplica una y otra vez sobre los hechos y los supuestos, donde se parte de la calificación (y tal vez el prejuicio) de que el ELN de Bolivia fue una organización (ultra) militarista, “machista”, vertical, sin formación política, sin capacidad de análisis de la realidad y que se cohesionaba en un creencia ciega en el foquismo que se traducía en un culto “religioso” que expiaba sus culpas a través de una “detestable violencia” (sic), sino también visible en un espejo del autor, menos evidente, en donde se expresan sus propios deseos (¿en un sentido solo inconsciente?).

Desde el mundo explicativo del autor, la acción y el pensamiento de hombres y mujeres que escriben su historia no tiene cabida y existe una constante búsqueda de imponer ciertos paradigmas propios a los de los sujetos de su investigación. El papel arbitral que cumple Rodríguez se tiene como autoreferencia final y verdadera frente a estos hombres y mujeres, llegando al punto de comparación sin tiempo y sin espacio o, en su defecto, por poner un ejemplo sobresaliente, a generalizar particularidades de un determinado grupo armado que carga cierto contexto (cultural, histórico, político, etc.), con otro distinto que incluso difiere de este no solo geográficamente, sino temporalmente.

El quién escribe y qué lo motiva, no es un tema de las personas, o solamente de los individuos, sino de lo que estos representan, sobre todo en el sentido político-ideológico. Así, como escribió Benjamin, no es extraño que el historicismo se comprometa con el vencedor (Benjamin, 1999: 45).

Como el escribir no es un acto meramente intelectual y venido de la providencia, sino el resultado de una posición político-ideológica, mucho de la discusión sobre el texto puede resumirse en ese sentido. Claramente, los descendientes del liberalismo encontrarán en la autosatisfacción, en lo primordial del individuo y su satisfacción como fin último, las respuestas a las incógnitas de la vida, brindándole, además, un grado de “naturalidad” a esta búsqueda egoísta y encontrando en el colectivismo la solidaridad y “el pensar en el prójimo” blanco de burla, desprecio y, a sus ojos, una forma de primitivismo, de un arcaísmo utópico. De esta manera, el marco de análisis de nuestro autor partirá de una perspectiva liberal que ensalza la democracia y el pacifismo –o lo que el autor entendería de estos–, pasando por alto, por ejemplo, la violencia que genera el capital[3]. Vale la pena tomar en cuenta este aspecto a la hora en la que el discurso del texto mencionado reconstruye “la” historia de la guerrilla del ELN en Teoponte.

De esta manera y casi en un mismo plano, nuestro autor critica al ELN no haber comprendido la tradición boliviana devenida de la insurrección popular del 52, desdeñando el propio precepto de la guerrilla y la violencia revolucionaria. Todo el esquema de identidad del ELN queda invalidado en vez de ser aprehendido para encontrar el sentido autoexplicativo de quienes asumieron vencer o morir por el socialismo en Bolivia.

Asumamos, bajo estas consideraciones, el desarrollo de algunos aspectos puntuales del libro para reflexionar sobre el sentido de esta “reconstrucción problemática” de la guerrilla de Teoponte, y desnudemos algunos de los argumentos que, a nuestro juicio, están equivocados.

  1. Crítica a algunos aspectos críticos

El libro de Rodríguez Ostria ha logrado, gracias a la amistad del autor con Jorge Bayro, un exeleno, encontrar los caminos y la aceptación de decenas de militantes e integrantes del ELN a ser entrevistados y conseguir documentos y fotografías relacionadas. Incluido Bayro, muchos de quienes entrevistó dieron testimonio de una parte de sus vidas que vivieron con intensidad, convencidos de morir o vencer, como señalamos líneas arriba; la mayoría aportaron con la certeza de que se estaba reconstruyendo la historia de su organización para seguir luchando o para aportar al presente. Sin embargo, el discurso del libro es el de Rodríguez, y en un polo disidente al de él, afirmamos con Benjamin, que nada de lo que se ha verificado está perdido para la historia, ya que:

“[…] solo a la humanidad redimida le concierne enteramente su pasado, esto quiere decir que sólo para la humanidad redimida es citable el pasado en cada uno de sus momentos. […]” (Benjamin, 1999: 44)

¿Cómo comprender un momento en la historia si no es a través de aquellos que la vivieron? O mejor, para no caer en una trampa: ¿Cómo aprehender un momento de la historia? “Para el materialismo histórico se trata de fijar la imagen del pasado –abusando de Benjamin– como esta se le presenta al sujeto histórico” (: 45), lo que se encuentra muy lejano de desarrollar un discurso y validarlo como objetivo desde el subjetivismo.

  • La posición del ELN

Un tema generalmente poco profundizado, no solamente en el libro de nuestro autor, sino por mucho de la tradición liberal e incluso de la izquierda en general, es el pensamiento del Che Guevara. Sin embargo, solo es posible coser este pensamiento luego de que sus escritos y visiones fueron renaciendo por retazos desempolvados del olvido, de la confidencialidad e incluso de la censura. Pocos fueron los que, además de sus polémicas públicas sobre la teoría del valor, sus discursos y sus escritos, tuvieron la posibilidad de salir a la luz pública y permitieron discutir su pensamiento con mayor profundidad. Empero, los que lucharon al lado del Che tuvieron la oportunidad de compenetrarse de su pensamiento; así, su áspera crítica al manual de economía política de la Unión Soviética y su profética sentencia a la Nueva Política Económica (NEP) hicieron resonancia en Inti Peredo (Peredo, 2013: 120-121), quien, solo por esa posibilidad de estar con el Che, la rescató en Mi campaña junto al Che, dando de baja a las especulaciones que negaban su autoría, ya que esas resonancias pueden corroborarse únicamente en los Apuntes críticos a la Economía Política de autoría del Che (Guevara, 2007), que solo fueron públicas mucho después del texto de Inti, en la primera década de los años 2000.

De esta manera, el pensamiento del Che podría definirse como heterodoxo, crítico, propio (en el sentido latinoamericano) e íntimamente ligado a una praxis revolucionaria. Lejos de esta descripción queda la imagen hueca del guerrero y el rudo militar, o la mirada que recurre al manual de la guerra de guerrillas y el “Mensaje a la Tricontinental” y reconoce en ellos párrafos a la letra muerta, según el uso y la conveniencia para descalificarlo y reducir su propuesta.

Pese a estos breves apuntes sobre el pensamiento del Che, a las cuales recurriremos en el presente texto cuando sea necesario, el posicionamiento del ELN, que se asumía guevarista, tuvo coincidencias, pero también diferencias con él, y en definitiva, por lo expuesto anteriormente, porque mucho de este pensamiento pudo ser aprehendido en la medida en que sus escritos fueron apareciendo, lo que en algunos casos sucedió más de dos décadas después de la guerrilla de Teoponte.

Bajo estas advertencias, la búsqueda de entender al ELN en ese momento corresponde a entender su tiempo, así:

“Articular históricamente el pasado no significa conocerlo ‘como verdaderamente ha sido’. Significa adueñarse de un recuerdo tal como este relampaguea en un instante de peligro. […]” (Benjamin, 1999: 45)

Claramente, aunque el autor insista una y otra vez, el ELN se concebía como un ejército, aunque muy ajeno a como Rodríguez quiere entender: como “una organización estrictamente militar” (Rodríguez, 2009: 173), así también afirma:

“El ELN no consideraba necesario contar con frentes de masas ni organismos con cobertura legal que hicieran política en las calles o las tribunas, sino nutrirse de cuadros selectos que operaran en y desde la clandestinidad. La voluntad mesiánica y heroísmo de ese pequeño y decidido núcleo de combatientes de monte arriba sería más que suficiente para quemar etapas al establecer el socialismo, como pregonaba el Che. Imaginación utópica y misión providencial construida sobre bases subjetivas, pero también sobre la lectura de los signos de una época por una militancia que, en su singularidad, se sentía parte de colectivo revolucionario internacionalista. La presencia de Cuba triunfante, los procesos contestatarios en países vecinos y de Vietnam que enfrentaba al coloso yanqui seducía y aseguraba que la desigualdad militar podía ser superada por la voluntad y la conciencia. Pero Lenin –recordémoslos– no ahorraba epítetos para descalificar al romanticismo estéril (blanquismo) de quienes, solo con su heroica decisión, pretendían sustituir la movilización social.” (:174)

El autor hace presentes sus criterios contrarios al ELN por no conformarse como “partido”, mientras que el ELN se asumía literalmente como “[…] una organización política con estructura fundamentalmente militar […]” (: 172 y 173). La apuesta del ELN por la lucha armada venía, por un lado, de la imagen de la Cuba triunfante. En este sentido, bajo el esquema cubano, que nuestro autor ve como un “quemar etapas”, conclusión que es por lo menos discutible, sobre todo para ese momento, como él mismo luego admite, en que la lucha armada se mostraba viable. Por otro lado, el ELN, de hecho encontraba claramente los prolegómenos y validez de su método en las experiencias indígenas, campesinas y en las guerrillas independentistas altoperuanas, lo que nuestro autor trivializa (: 167) sin aparentemente reflexionar sobre la trascendencia histórica de estas experiencias de “vocación de armas y de culto a la violencia” (: ídem) del pueblo.

El pacifismo liberal niega la violencia del capital, niega la historia como la historia de la lucha de clases y busca en la “razón” la solución a las injusticias sociales promovidas por la racionalidad capitalista basada en el despojo y la acumulación privada de la producción social. Efectivamente, el ELN, que se asume como marxista-leninista, define como a sus enemigos al capital internacional y a las oligarquías criollas, en una tangencial distancia a estas posiciones liberales.

La experiencia de Cuba, pero también las realidades concretas, van a alimentar también en el ELN una gran distancia con las posiciones tradicionales de la izquierda boliviana que poco o nada habían contribuido en la lucha por el socialismo hasta ese momento. En este sentido, el ELN critica al reformismo y al gradualismo del Partido Comunista de Bolivia (PCB) y a las posiciones nacionalistas, sean civiles o militares (: 170).

Tal vez, en un exceso, el autor compara la visión del ELN con el de De la guerra de Vom Kriege, aseverando que para el ELN solo existirían combatientes y enemigos, amigos-enemigos, lo que va desviando el implícito reconocimiento del ELN a un sujeto histórico revolucionario distinto al tradicional y que profundizaremos más adelante, y que se condice, por señalar la máxima referencia, a la Revolución cubana: los sectores campesinos e indígenas.

El ELN renegó del nacionalismo revolucionario, que posterior a la gesta de Teoponte, a través de su mayor representante, Víctor Paz Estenssoro y el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), que integró en 1971 la alianza entre Hugo Banzer, en representación de las Fuerzas Armadas, y la fascista Falange Socialista Bolivia, para implantar un régimen dictatorial y de facto que puso como principal –sino único– enemigo a eliminar físicamente al ELN (Sivak, 2001: 352). Víctor Paz Estenssoro también fue el artífice de la legalización del modelo neoliberal en Bolivia en 1985, de la mano de la “empresa privada” y la Iiglesia católica. De esta manera, nacionalismo y alianza de clases pasan como parte de la retórica del desarrollo del capitalismo boliviano.

“[…] El ELN desdeñaba a la democracia liberal […]” (Rodríguez, 2009: 169), como afirma nuestro autor, y es tras décadas de ese momento en el que se puede apreciar que la democracia liberal que representa la enajenación de la capacidad política de la gente no es una democracia a la talla de la compleja composición social boliviana. La política del ELN tenía como horizonte –que era la perspectiva, valga la redundancia, de esa época– la toma del poder político y la instauración de un régimen socialista a la cabeza del campesinado, las y los obreros y los sectores de intelectuales progresistas, como señaló el Che.

Vale la pena apuntar que Rodríguez alude a un texto titulado “Ideario Político del ELN”, mismo que, en entrevista a varios militantes del ELN de este periodo niegan conocerlo o lo recuerdan como una propuesta poco conocida de una fracción interna. Sin embargo, asumiendo que dicho texto haya tenido un peso relevante dentro del ELN –lo que se niega, reiteramos, por varios militantes de ese momento–, la crítica de Rodríguez versa sobre la falta de valor que le daría el ELN a otras gestas indígenas y campesinas y sobre todo a la alianza de clases del 52 y al potencial transformador de la burguesía, subrayando que para el ELN, el nacionalismo nacido del abril del 52 (y cualquier otro) era desdeñable ( :166-167).

Por último, es necesario señalar que el ELN asumió la lucha armada justamente cuando se empezó a aplicar el Plan Cóndor y, tanto los Estados sudamericanos, como sus financiadores y mentores, como el imperialismo norteamericano, hicieron un uso desproporcional e institucionalizado de la violencia, generando miles de muertos, desaparecidos, detenidos y torturados. Este periodo de 18 años, entre 1964 con el golpe de Barrientos y 1982 con la caída de García Meza y el retorno a la democracia, incluidos esos pequeños periodos “democráticos” en donde el aparato represivo siguió trabajando, no fue pacífico para el pueblo, sino de terrorismo de Estado. Esa historia de resistencia del pueblo boliviano, también fue un periodo de lucha y de historia del ELN que tuvo un aporte de cientos de militantes presos, torturados, asesinados, desaparecidos, que para Rodríguez pareciera simplemente no existir.

  • La militancia del ELN

El autor va mostrando en la costura que realiza sobre la historia del ELN y su militancia cierto desagrado, descalificándola de manera constante. Por ejemplo, Rodríguez señala en su libro:

“La vergüenza de no poder enfrentar los cuestionamientos que arreciaban desde la izquierda en todo el orbe y la convicción que la guerrilla era una oportunidad única para la toma del poder en Bolivia generó una militancia disponible, atraíble.” (Rodríguez, 2015:59)

En América Latina, en la contraposición de proyectos de sociedad entre socialismo y capitalismo, o lo que por lo menos en ese momento se entendía de ello, se tuvo una mayor efervescencia en la década de los 60 y 70, periodo en donde se vivieron varios episodios de resistencia popular y de insurgencia de organizaciones político militares contra el capital y el imperialismo. No en vano, como señalamos anteriormente, el gobierno de Estados Unidos impulsó, conjuntamente las derechas locales y reaccionarias, acciones como el Plan Cóndor y otros. En este entendido, el que una parte de la izquierda boliviana se haya sentido comprometida a “tomar el cielo por asalto” en vez de discutir eternamente sobre ello o asumirse vanguardia revolucionaria desde un periódico y otros vicios izquierdistas, no es un hecho aislado o representa un método sin posibilidades de éxito. La crítica del ELN a la izquierda tradicional y a su actitud expectante es reprochada por nuestro autor que afirma que: “[…] civiles o retrógradas, que al final de cuentas para el ELN eran lo mismo […]” (: 167) sin profundizar en la crítica elena.

Para la militancia elena y para las otras que propugnaban el guevarismo, el interés común se imponía al interés individual, en contraposición a las visiones liberales. Por ello, nuestro autor califica a esta militancia como “jacobina”, “vengadora”, etc. (: 175-177). Incluso, en varios pasajes Rodríguez busca transponer la imagen del cristianismo con la del militante eleno, que encontraría en el martirio su salvación.

El ELN se desarrolló en un escenario ajeno al que nació, que fue en combate en la guerrilla de Ñancahuazú. En este camino, se autoconcibió como una entidad político-militar, desplegando y desarrollando sus capacidades de combate, como señalaron varios de sus integrantes. En esto, en una dinámica de guerra, nuestro autor busca y exige otros atributos, por lo que para este el ELN engendró una sociabilidad que exaltaba la pureza, el culto a las armas y los rituales de muerte (: 173). ¿Qué es esta pureza y cuáles son los rituales de muerte que tanto inquietan y sobrecogen a Rodríguez? Buscando responder a esta interrogante encontramos que no tiene sentido pedirle a un ejército ser un partido o que encuentre su equivalencia en la teoría de la izquierda tradicional, de la cual intentó alejarse. Tampoco guarda espacio que un ejército no desarrolle una dinámica militar, o en la máxima de la lucha de clases, el odio contra la domesticación y la subsunción estatal y del capital, aspectos que profundizaremos más adelante. Sin embargo, la pureza, a la que se refiere irónicamente el autor, se basa en una entrevista a Omar (Jorge Ruiz) (: 176), dándole un sentido, por decir lo menos, ajeno al que este usaba, pues el concepto de un revolucionario, uno guevarista, condice con dejar las ataduras de la sociedad capitalista. En contravención a nuestra afirmación, el autor concluye:

“…Para la militancia del ELN, que convivía en su cotidianidad con el martirio, ‘ser como el Che’ significaba en buenas cuentas ‘morir como el Che’. Y si no había patria al menos que haya muerte, bienvenida siempre. Ideología crítica que, como vimos, exalta la muerte, donde el sentido de la vida está en alcanzar su negación y en verter con alegría la sangre como don y sacrificio supremo para bienaventuranza del pueblo despojado. Es a través del dolor que se obtiene lo sagrado de la resurrección. El monte se transforma en el altar, que se traga los deseos burgueses de sobrevivir, de llevar una vida cómoda pero sin templanza. El humus será la mortaja donde caer con gloria. […]” (: 514)

Este párrafo trivializa varios aspectos entre los que sobresale el horizonte que marca el ELN desde su nacimiento: la posibilidad de construir el socialismo en varios países, de superar al capitalismo para mejorar las condiciones de vida de la humanidad y construir al “hombre nuevo” como antítesis de la humanidad capitalista que permite la explotación y defiende y ve con beneplácito el beneficio de una minoría con la explotación de las grandes mayorías.

Asimismo, la recurrente apología de la muerte que atribuye Rodríguez a las y los elenos, desmerece su decisión de vencer, su creencia en la posibilidad de la victoria, premisa parida en la Sierra Maestra con Fidel Castro y parte indisoluble del pensamiento del Che Guevara. En contrapartida, la derecha o los sectores conservadores en nuestro país, solamente han sido capaces de actuar cuando han estado de la mano de los aparatos represivos. Así, la izquierda en general y el ELN en particular, arriesgó todo por sus creencias; su libertad, los proyectos personales de cada uno de sus militantes e incluso sus propias vidas[4].

Para la militancia del ELN, presta al ingreso a Teoponte, el incursionar a “la mágica montaña” (: 321) como ironiza nuestro autor, habría representado un reto no solo político e ideológico, sea de donde sea su procedencia, sino físico y de convicción frente a un entorno ajeno y hostil. Claramente, parafraseando a Omar Cabezas, el monte representa más que una inmensa estepa verde, donde el guerrillero se enfrenta a la naturaleza y ya no a la sociedad de clases. Rodríguez Ostria vuelve:

“Ya en la otra banda, la sin retorno, la que por ahora no saben que está más cerca de la muerte que de la victoria, abandonan la ropa mundana. Terminan de enfundarse el uniforme verde olivo, nuevo como la voluntad recién puesta a prueba. Ahora sí, se sienten como hombres nuevos. Una borrosa fotografía registraría la metamorfosis final […]” (: 350)

También dice:

“[…] Los ritos de iniciación, las (auto) penitencias y las traumáticas sesiones de crítica y autocrítica servían para el control partidario y la expurgación […]” (: 175)

¿Cómo comprender a esta militancia si no se comprende el sentido guevarista del hombre nuevo, del andar de “la otra banda”, pero la de la escuela de desaprender a ser productos de la sociedad del capitalismo? Queda por demás evidente que, para nuestro autor, esta no es una cuestión y que en su ironía y su burla se encuentran la defensa de las premisas liberales.

  • Violencia revolucionaria y Ejército revolucionario, no partido

Para el ELN, como una organización guevarista, que se asume marxista-leninista, la lucha de clases tiene como su eje de interpretación-acción a la violencia; la de los opresores sobre los oprimidos o la de los oprimidos contra los opresores. El concepto de violencia revolucionaria precisa, justamente, el uso justificado de la violencia por parte de los oprimidos, su defensa legítima en respuesta a la violencia compleja del capitalismo que se desarrolla no solo en la represión con cárcel, tortura y asesinato, sino con pobreza, falta de salud y educación, consumismo, etc., y al final de cuentas con simple enajenación.

Nuestro autor aborda, de la misma manera, el tema de la muerte y, a su juicio, la exaltación de la misma por parte del ELN. Puede que el sentido íntimo y profundamente humano entre vida y muerte, entre Eros y Tanatos, como pulsión de vida y muerte (parte de la psiquis humana), no tenga sentido para Rodríguez, pero la muerte y la vida desde la revolución juegan un mismo plano de posibilidades; el de la creación y el de la destrucción, que contrapuesto a sus premisas político-ideológicas son el de la revolución y la vida y el de la muerte y el capitalismo. Así, no es que se haga de la muerte “un rito” (sic.) y del “monte un altar” (sic.), sino una posibilidad real en el intento de destruir una sociedad basada, para usar palabras del Che, en una carrera de lobos donde solo se puede llegar sobre el fracaso de los otros.

En el Mensaje a la Tricontinental el Che hace un recuento del hasta entonces accionar violento del imperialismo mundial y pone de manifiesto el derecho de los pueblos al uso de la violencia revolucionaria, una premisa no original del Che, sino rescatada de toda la historia de la humanidad y negada justamente por el poder. La violencia revolucionaria es un medio, pero no un fin. ¿El ELN pudo desarrollarse manteniendo este criterio? Seguramente hubo momentos bastante polémicos al respecto, pero lo que es seguro es que sus integrantes estaban en la plena conciencia de que la respuesta a la violencia reaccionaria del poder es la violencia revolucionaria que pretendían desarrollar. Vale rescatar con Benjamin, en una reflexión que tiene que ver con Marx en su Crítica al Programa de Gotha, lo siguiente:

“[…] La socialdemocracia se complacía en asignar a la clase trabajadora el papel de redentora de las generaciones futuras. Y así cortaba el nervio principal de su fuerza. En esta escuela la clase desaprendió tanto el odio como la voluntad de sacrificio. Pues ambos se nutren de la imagen de los antepasados oprimidos y no del ideal de los descendientes libres.” (Benjamin, 1999: 48-9)

En este escenario, sin asumir al fin el istor (a la Heródoto), es decir, sin ocupar la postura de los involucrados, el autor critica al ELN el no actuar como un partido de izquierda (Rodríguez, 2009: 165) y con ello el que no haya desarrollado toda una serie de dinámicas y prácticas que hacen a un partido “tradicional” y no a un ente político-militar.

En otro aspecto, Rodríguez afirma que “El ELN fue una organización de pocas palabras” (: 164), conclusión a la que llega a través de adelantar que el ELN no tenía prensa de difusión (: 164), aunque luego señala que el primer vocero del ELN fue el “Inti” (: 165) pero que este solo contenía “arengas y proclamas” (: ídem). También, en varios acápites de su libro subraya que en el ELN no hubo formación política, ni tampoco se desarrollaron análisis sobre la situación social, política, económica y cultural de Bolivia. En muchos casos, estas aseveraciones se contradicen con afirmaciones como la de Divino, rescatadas en su propio texto, que indicó que del estricto entrenamiento hacía parte el estudio (: 122). También, el autor sentencia que en el ELN no se hizo un análisis de clases, ni se tenían espacios de deliberación interna (: 165), lo que fue desmentido por otros entrevistados. Probablemente, la exigencia al ELN por parte de nuestro autor, de que haga un análisis histórico y encuentre otros hitos históricos además del de la resistencia armada popular de la historia de Bolivia (: 166), que es para el ELN su punto de referencia y afirmación, tenga que ver con un posicionamiento personal más que con entender que una organización político-militar en proceso de reorganización y en posición de apronte no pretendía ni podía hacer academia o escribir historia. En esa línea, nuestro autor vuelve a sentenciar:

“[…] anti intelectuales al extremo, miraban con suspicacia a la militancia que intentaban transitar por senderos críticos y a quienes leían mucho o sabían demasiado.” (: 165)

Esta última afirmación no condice con el proceso preparatorio de la guerrilla, pero ratifica que en la disyuntiva entre seguir discutiendo o tomar acciones, el ELN asumió el accionar en base al intento de rescate del pensamiento del Che y en la trayectoria política de sus integrantes que no fueron en ningún caso ingenuos jóvenes apolíticos, sino, en su mayoría, prominentes dirigentes y militantes de varias tendencias de izquierda con experiencia y formación políticas.

De esta manera, retornamos al principio, y haciendo un análisis del título del libro: Sin tiempo para las palabras, recurrimos a una explicación del autor:

“El ELN fue una organización de pocas palabras. Mientras el resto de los partidos de izquierda boliviana formaba a sus militantes bajo el amparo de la lectura de los clásicos del marxismo, el análisis de la realidad y de la coyuntura, que difundían profusamente mediante su prensa partidaria, la palabra en el ELN se hallaba suprimida. […]” (2015:165)

El Partido marxista más importante de la década de los 60 fue el Partido Comunista de Bolivia, por lo que mucho de su juventud militante se plegó al ELN, al igual que de otras fracciones de diferentes tendencias. Vale la pena preguntarse: ¿Sin tiempo para la formación política, sin tiempo para la reflexión académica, sin tiempo para el estudio del marxismo? ¿El ELN era, para Rodríguez, una organización de pocas palabras o ignorante? ¿Ignorante tanto de la teoría marxista como de la realidad boliviana?

  • El tema del foco

Para Gustavo Rodríguez, el “foquismo credo oficial de la isla” (: 92) tiene un cuerpo único, es pues para él una teoría acabada que, promovida desde Cuba, es adoptada ciega e irracionalmente por el ELN. Sin embargo, no hace disquisiciones entre los conceptos y la metodología propuesta por el Che, lo interpretado por Régis Debray y lo asumido por los demás críticos y apologistas de esta “teoría”.

Básicamente, el Che, en Guerra de Guerrillas, propone las siguientes hipótesis guías: 1) es posible vencer al ejército regular, 2) el foco insurreccional puede crear las condiciones para desarrollar la revolución y 3) en la América del subdesarrollo, el terreno de lucha armada debería ser fundamentalmente el campo. Estas hipótesis se basan en: a) la experiencia cubana, b) buscar levantar a las masas, c) la amplia base social campesina en países subdesarrollados, cuando existe explotación económica, represión política, dependencia, etc., y un espíritu antiimperialista.

Este esquema, de la mano del propio Che, que exige la creación o el estado de ciertas condiciones para la acción de la lucha armada, nos habla de un terreno de la lucha que “debería ser fundamentalmente”, y no totalmente, en el campo, toma como ejemplo victorioso a la Cuba de la Revolución y de –¿por qué no decirlo así? – un sujeto revolucionario particular: el campesino. Además, el Che nos habla de condiciones políticas, económicas y sociales de explotación y marginación y un espíritu antiimperialista. Todo lo que habría que ubicarlo en una cierta posición, en un cierto tiempo y un particular espacio. Otra propuesta –por no asumirla como teoría como enarbolan los contrarios al Che– es la del foquismo desarrollada por el francés Régis Debray, quien sobredimensionó el papel de un puñado voluntarista por encima de las mayorías explotadas, negando con ello el propio proceso cubano de construcción de una alternativa política, de acumulación de fuerzas y de la necesidad del uso de la violencia revolucionaria frente a la violencia reaccionaria y el despojo.

Como el foquismo propiamente se desarrolla fuera y más allá del Che, mal podría afirmarse que es una teoría guevarista. Sin embargo, es también claro que mucho de la izquierda armada ha reivindicado al foquismo como guevarista, en una lectura superficial y mecánica.

La noción al respecto por parte del ELN se desarrolló por el propio Che, continuó con Inti y se asumió y puso en práctica para la gesta de Teoponte con Chato. Estos dos últimos entienden el “foco” como un catalizador de las fuerzas revolucionarias que sumaría al campesinado en la medida de que se triunfe sobre el ejército regular, bajo la posibilidad de liberar territorios y crear las condiciones para una revolución no solo nacional, sino continental, despertando en las ciudades y en los centros mineros la confianza para enfrentarse al régimen.

De esta manera, parece contradictorio, frente a las propias afirmaciones de Chato sobre la perspectiva política y de victoria de la guerrilla de Teoponte, afirmar que la misma se estimulaba bajo un esquema mecánico y lineal de foquismo ultravanguardista que desdeñaba a la ciudad y a la clase obrera. Y esto más allá de que la misma acción de Teoponte resultara en un fracaso militar para el ELN.

  • Sujeto histórico del guevarismo

Bajo la experiencia de la Sierra Maestra durante la Revolución cubana y en sus andares por América, el Che fue advirtiendo las condiciones de marginación, brutal pobreza y despojo del campesinado, a quien a través de varios textos y discursos fue identificado como actor clave para el triunfo de cualquier revolución en el Tercer Mundo. Desde esta perspectiva se fue desarrollando la lucha anticolonialista y la noción de liberación nacional.

Nuestro autor señala:

“El área rural, territorialmente mayoritaria en Bolivia, se postuló nuevamente como el teatro inevitable para la confrontación con el sistema. Para el ELN, en la montaña, tierra de expurgación y de utopías, los pesados ejércitos regulares serían casi inservibles pues sufrían el permanente asedio de la movilidad guerrillera. Ajenos a su entorno cultural, desconocían que en la ancestral mirada indígena, la montaña es el espacio de unificación ritual y definición estratégica para el combate. Morada de los apus, las achachilas y las apachetas; hay que rendirles ofrenda para salvar la confrontación.” (: 168)

El ELN que, como diría el autor en algún lado, veía en el campo su potencial militancia, aunque permeado por la discursividad y el entender de esa época, se asumió como proproletariado, fue asumiendo, tal vez no de manera explícita entonces, que para el guevarismo el sujeto histórico revolucionario en el Tercer Mundo es el campesino y el indígena.

Esta herejía al marxismo tradicional y esta afrenta a las élites locales les sonaban a locura. No va ser si no décadas después que esta concepción vaya tomando una forma explícita. Por ejemplo, Sergio Tischler, a propósito del zapatismo, planteará concretamente la crisis del sujeto leninista de la revolución,[5] llevándonos a la conclusión que planteaba el Che, la de tomar como base y columna vertebral de cualquier revolución en el Tercer Mundo, al campesinado y a los y las indígenas.

A este hecho se sumaba el que el ELN no se apoyaba en la Central Obrera Boliviana (COB) porque, como señala nuestro autor, le criticaba su burocratismo que la deterioraba, aunque también afirma que en cambio veían a mineros y fabriles como bases de apoyo urbano y fuentes de combatientes.

El ELN, que encontraba en el pasado de resistencia insurgente, guerrillera y de lucha armada independentista (y pre independencia) la confirmación del método armado y la posibilidad de la reminiscencia popular para hacerlo efectivo, no desarrollaba, como a veces afirma nuestro autor, un antiintelectualismo y menos un antiobrerismo. Rodríguez señala:

“Así, en esa Bolivia a la que despojaban de sus actores políticos y de su memoria histórica, mirándola como un escenario vacío, podían (auto) convencerse de vanguardizar la brega por una segunda independencia, esta vez contra el imperialismo yanqui. […]” (: 167)

Como vemos, la desconfianza del ELN a la COB y al proceso de la insurrección de abril del 52 que dio paso al mentado nacionalismo revolucionario, no descartaba a la clase obrera que se identificaba con los movimientos minero y fabril, sino que traslucía dos importantes premisas y concepciones; la primera, la apuesta por lo indígena campesino como sujeto de la revolución y, lo segundo, el rechazo al burocratismo de una élite obrera que fue degenerada en el simulacro de cogobierno que desarrolló el nacionalismo revolucionario y cuyos beneficios fueron absorbidos por una casta política bajo el MNR.

Chato afirma que la guerrilla de Teoponte fue compuesta por una mayoría campesina, lo que nuestro autor refuta arguyendo que el origen o la identidad no son criterios que permitan aseverar esto, al contrario, la procedencia, o la autoidentificación o la identidad cultural, son relevantes en un país en el que podría hablarse de un capital étnico y que el racismo y el colonialismo son predominantes. Dentro de la guerrilla estaban combatientes como kolla, que reivindicaban la lucha armada con el campesino indígena como sujeto, por brindar un ejemplo icónico.

Rodríguez sentencia cuando se abre el epílogo de la experiencia guerrillera:

“La nueva coyuntura cambiará el rumbo de los acontecimientos en la montaña y abrirá una puerta de escape para la cerca guerrillera. Sin duda, su alzamiento operó acrecentando la cohesión y el apetito de poder de la derecha militar y sirvió, sin desearlo, como un factor desestabilizador del Gobierno de Ovando Candia, pero el ELN nada tuvo que ver con la resolución popular de la crisis (?). Para entronizar a Torres y dar curso a un proceso de amplia democracia social y sindical, las masas recurrieron a los fastos certeros de su memoria: la huelga y la movilización urbana. Fórmulas históricamente probadas que los derrotados de Teoponte descartaban.

¡Qué extraño deberle la vida a la insurrección urbana y a una clase obrera que intentaban suplantar con voluntad desmedida y fierros desnudos en la soledad del monte! […]” (: 510) (Signo de interrogación nuestro)

Por lo menos es discutible el grado de influencia de la guerrilla en el complejo escenario político y social boliviano en esa época. Chato encuentra en Teoponte la germinación de la ruptura del pacto militar-campesino, por señalar uno de estos aspectos más sobresalientes. Por otro lado, es innegable el grado de influencia de la guerrilla en las universidades públicas y en los centros y organismos mineros y fabriles del país.

En otros momentos, el autor, que en lo personal reivindica “lo intelectual”, señala:

“El grupo procedente de la clase media, que era significativo, llevo la peor parte. Acostumbrados a la plácida vida de escritorio, encontraron dificultades para templar el cuerpo, pero su desbalance era algo más que físico. Les perturbaba también la perdida de viejas jerarquías y de su capital simbólico, que se basaba en su ancestral dominación colonial sobre la plebe y en el control de la palabra y el conocimiento teórico, que no se apreciaba como valor en el monte cubano (ni luego en el ELN). De pronto aparecerían bajo órdenes de un campesino-indígena, cuya principal virtud era caminar bien y apuntar mejor, antes que discursear sobre la lucha de clases.” (2015: 121)

Podríamos concluir que esta afirmación, que se contradice en el discurso con otras, condice con la apuesta por lo indígena y campesino por parte del ELN.

  • Mesianismo y revolución

Para Rodríguez, la participación de militantes cristianos revolucionarios es un hecho que le llama poderosamente la atención, así, se pregunta:

“[…] ¿Por qué esas piadosas figuras de rosario y sacristía procuraban convertirse en las “frías máquinas de matar”, que reclamaba el Che?” (: 283)

En ello encuentra una respuesta relacionada con la expiación de culpas, por lo que afirma:

“[…] [éstos piadosos asumen la] lucha armada para expresar su compromiso social con la redención de los pobres. […]” (: 282)

En esta nueva sentencia, nuestro autor no recurre a preguntarse: ¿puede encontrarse un vínculo entre el mesianismo y la revolución? ¿Un sentido de fe puede tener un carácter no antagónico con un sentido revolucionario?

En su tesis VI, Benjamin nos ilustra:

“[…] En cada época es preciso esforzarse por arrancar la tradición al conformismo que está a punto de avasallarla. El Mesías viene no sólo como Redentor, sino también como vencedor del Anticristo. Sólo tiene derecho a encender en el pasado la chispa de la esperanza aquel historiador traspasado por la idea de que ni siquiera los muertos estarán a salvo del enemigo, si este vence. Y este enemigo no ha dejado de vencer.” (Benjamin, 1999: 45)

Esta figura de redención a través de la derrota del Anticristo es pues obra de la clase oprimida, que en un sentido latinoamericano se asumió por la Teología de la Liberación y que tuvo ecos de Mariátegui con su mesianismo andino. En este periodo, América Latina, con el Concilio Vaticano II –a finales de los 60–, era un reguero de influencia en quienes veían en Cristo la entrega plena por los desposeídos y la necesidad de cambiar las injusticias, de ahí que, en ese periodo, la descollante figura joven y revolucionaria del Che fuera identificada con Cristo.

A finales de los 60, como indica nuestro autor, todo el grupo de jóvenes de la democracia cristiana revolucionaria estaba en la periferia del ELN, ya que este representaba un camino no de “martirio”, como muestra nuestro autor, sino una opción material de llevar adelante la revolución.

El carácter mesiánico asumido por unos y por otros no se contradice con la revolución socialista y, en el marco latinoamericano, conlleva un profundo sentir, lo que se encuentra más allá de una u otra religión e iglesia.

  • Revolución y la lucha histórica de las mujeres

Un tema que Rodríguez machaca insistentemente en su libro es lo que sentencia como machismo en el ELN, por lo que escribe:

“[…] Mientras aguardaba, cumpliendo un viejo rol de género que la revolución guerrillera no anulaba, otras mujeres de más edad, Dina, Sacha, Marta junto a otras hábiles y hacendosas manos femeninas –muchas de ellas de compañeras de los alzados en el monte– cosían, como siempre, a todo vapor en una casa próxima [al] Parque Triangular y en otra en la calle Hans Kundt, de La Paz. Mochilas, hamacas y uniformes salían de sus manos, primorosamente cortados.

No todas las exmilitantes del ELN asumen que discriminación es el término correcto para calificar su situación dentro de la organización y ponen como ejemplo el desafío a los estereotipos patriarcales reinantes en la sociedad boliviana que significó su entrenamiento militar o sus rupturas con sus familiares, para vivir en “casas de seguridad”. En ellas se compartían las tareas domésticas en un plano de igualdad masculina/femenina. No obstante, el modelo militante predominante en el ELN boliviano era unisex, pretendiendo con su neutralidad borrar diferencias sexuales, pero en el fondo reproduciéndolas. Existieron mujeres, como Maya, que alcanzaron desafiantes a conducir una región y otras un núcleo o célula, pero el ELN se arrogaba a pies juntillas el hábitus sexista de las organizaciones armadas: la imagen, ya descrita de bravura, de sacrificio heroico, de capacidad combativa, del culto al cuerpo –características del Hombre Nuevo guevarista– forman parte intrínseca de la “subjetividad romántica” de su masculinidad. Héroe masculino que debe ser servido, recompensado por exponerse al martirio y por arriesgar la vida de manera sobrehumana, el guerrillero encarna ideales tradicionales de masculinidad y disciplina militar patriarcal.” (Rodríguez, 2009: 534-535)

Poner bajo una lupa crítica al ELN sin tomar en cuenta el medio y la época en la que se desarrolló podría llevar a mal concluir que, en el caso del machismo, solo esta organización engendró el mismo y desarrolló un “hábitus sexista”. Por el contrario, muchas militantes del ELN de este periodo entendieron algo diferente, realizando una lectura de una sociedad machista en donde el ELN, entre otras organizaciones, se sumó y se abrió a la lucha de las mujeres. Este hecho es importante, más aún cuando se hablaba de una organización armada que reivindicaba la violencia revolucionaria, patrimonio esta última y hasta entonces, ahora sí plenamente, del macho y el poderoso. La participación de estas militantes en el ELN representaba una afrenta frontal al patriarcado y al machismo dominantes.

Sin embargo, pese a haber recogido impresiones contrarias a la suya a través de entrevistas a algunas militantes de ese periodo, nuestro autor, desde su línea de sentencia, anota:

“[…] Su ‘viril’ (sic) presencia militar [sobre Maya] se descascaró cuando, dentro de la sexista división del trabajo en el ELN, le correspondió servir el café de la mañana y elaborar el almuerzo, como una mucama más. […]” (: 160)

En páginas posteriores, Rodríguez, de manera contradictoria agrega:

“[…] Un par de meses más tarde [Maya] se convirtió –rompiendo estereotipos machistas– en la jefa de la organización en Cochabamba […]” (: 189)

En sí, para nuestro autor, la guerrilla representaba una sociedad masculina (: 219), aunque los hechos lo llevan a admitir un fenómeno, dándole, por supuesto, su propio tono:

“La composición de género del ELN sufrió transformaciones. No se alteraron los roles ni la división del trabajo, pero la militancia femenina creció en número. […]” (: 275)

Según Rodríguez, este incremento de la militancia femenina del ELN fue producto de una suerte de apuesta de un grupo de féminas por el “martirologio” y porque seguían a sus compañeros sentimentales, y no porque, para la mayoría de ellas, pertenecer a una organización revolucionaria y armada era, dicho sea nuevamente, parte de un autoproceso de liberación y de asumir un compromiso revolucionario en el que las mujeres fueron cada vez más visibles e importantes rompiendo roles de género.

Rodríguez, que califica a Maya como “mucama”, haciendo un uso de terminología elitista, antepone constantemente su propia visión machista plasmada en la descalificación intelectual y física permanente de militantes mujeres del ELN. ¿Es necesaria, para la labor desapasionada de la historia que supuestamente desarrolla, una descripción de sus gustos por lo que él considera bello o en su caso feo en una mujer? A continuación, algunas de estas apreciaciones:

“Las cubanas sensuales y sin complejos, rompían sus códigos sexistas y exaltaban sus cuerpos y pasiones.” (:133).

“[…] a partir de ese momento la cristiana muchacha quedo envuelta en las redes del ELN para morir, como veremos más adelante, de manera oscura y trágica casi un año más tarde […] Atractiva, inteligente y sobre todo independiente, Köeller anticipó de alguna manera a las mujeres liberadas de los 90.” (:194)

El ELN, por su parte, y aquí nuestro autor hace una concesión pese a toda la inclemente crítica, apostaba por guerrilleras que tuvieran las condiciones físicas (: 534). Este tema de necesaria reflexión no puede quedar truncado y es necesario reflexionarlo, pero desde una visión más equilibrada.

  • Suposiciones, conjeturas y críticas desleales

No menos importantes, además de los aspectos que ya puntualizamos, existen otros que vale la pena mencionar, entre estos el que también nos promovió a escribir estas notas; que corresponde a la afirmación de Rodríguez de que “Dina solo puede hablar con los iniciados en el culto” (: 81) y otras críticas a quien le dio la oportunidad de contarle parte de su vida. Para nosotros, esta actitud, de entrevistar a alguien para luego echarle la crítica sin permitirle la posibilidad de respuesta, representa otro tipo de violencia, más sutil y encubierta por el manto de la academia, que no solo corresponde al que escribe, sino a la doxa del historiador que escribe “la verdad”.

En el caso de Inti, para el autor, este “tenía amplitud política” (: 274), aunque trató de resaltar posibles aspectos conflictivos de la relación que Inti tendría con Cuba, haciendo algunas conjeturas y suposiciones, por ejemplo, como que Arguedas, como Ministro del Interior en su momento, no realizó los esfuerzos necesarios para capturar a Inti (: 68). Así, el autor afirma que Inti buscaba independencia de Cuba (: 66), lo que no condice ciertamente ni con el andamiaje armado por el ELN en coordinación directa con Cuba ni con otros relatos o escritos al respecto.

Por otro lado, Rodríguez Ostria cavila sobre un supuesto “acto de prestidigitación” (sic.) en donde los trotskistas bolivianos, que con “pureza” querían unirse a la lucha del ELN y asumían a Inti como su jefe, fueron borrados de la memoria debido a suspicacias (: 105-106), aunque, claro, se trata de los trotskistas del Secretariado Unificado de la IV Internacional y no de esos que seguían a Guillermo Lora[6].

Estos trotskistas, pertenecientes al Partido Obrero Revolucionario-Combate (POR-C), pidieron formación militar y fueron aceptados por Cuba, llevando a nuestro autor a concluir:

“Que la seguridad cubana admitiera a los trotskistas, archienemigos de los estalinistas que poblaban la isla, revela cuán interesados se encontraban en reanudar acciones en Bolivia.” (: 97)

Claramente, el autor hace la anterior afirmación sin reparar en que el Secretariado Unificado de la IV Internacional estaba lejos del stalinismo y cerca de la Isla. No es por otra cosa que Inti aceptara el acuerdo con el POR-C (: 103), aunque el autor insista en el odio abismal entre el trotskismo y la militancia del PCB que se formó en el stalinismo. El fenómeno, ciertamente, era relativamente nuevo; una fracción del trotskismo mundial veía en la Revolución cubana un método válido y decidía tomar acciones, historia contraria a otras fracciones que velaron el programa y el partido a la espera de que “las masas se encuentren a su altura”.

Volviendo al tema, otra cosa fue que Inti, entre sus competencias, decidió “verificar” a los trotskistas del POR-C (: 160) y decidió excluirlos debido a que estos exigían autonomía, todo un despropósito si es que se buscaba conformar un ejército, un ente político-militar bajo los marcos de la democracia centralizada.

Sobre Cuba, nuestro autor vuelve a arremeter en varios momentos, por ejemplo, trata de polemizar sobre el porqué, fuera del ELN, Cuba podría decidir a quién brindar apoyo para el entrenamiento militar y logístico o a quién no (: 98). Asimismo, Rodríguez se contraría cuando subraya la posición crítica de Cuba al stalinismo sobre la transición pacífica, cuando anteriormente afirmaba que los cubanos eran stalinistas (: 100). Es posible, como señala el autor, que Cuba dejara en suspenso su apoyo directo en Bolivia, pero no así su compromiso de apoyo futuro, incluido el entrenamiento que impartía a elementos del ELN y los que en esos momentos se encontraban en preparación para la gesta de Teoponte.

Rodríguez, tratando de autoconfirmar sus propias sentencias, encuentra en el suicido de Mario Castro muchas suspicacias y dedica varias páginas a la búsqueda de razones ocultas (: 107) haciendo afirmaciones como que los elenos no ensalzaron a Castro por su suicidio y por ello son tan fríos como el ejército represor (: 109). De este estilo también se desprende la siguiente deducción de Gustavo Rodríguez:

“Sacerdotes armados de una nueva religión: el foco, su (im)penitente vida en campamento quedó encuadrada tras una cortina de intolerancia y desconfianza frente a cualquier potencial desviación política o moral. La imagen de virilidad y la hombría, valores intrínsecos (sic) atributos del combatiente, se imponían. De acuerdo a los códigos de la Isla y en las organizaciones armadas, el homosexualismo se condenaba y reprimía. Dos bolivianos fueron arrojados del campamento acusados de ‘esa enfermedad’ por la victoriana moralina del hombre nuevo; pero retornaron porque uno de ellos resultó ser un importante dirigente campesino del valle cochabambino, del que una guerrilla que se postulaba de tipo rural no podía prescindir.” (: 120-121)

Por un lado, en el texto otra vez quiere atribuir a la Isla y a las organizaciones armadas el producto social, pero además, por otro, se afirma una acción homofóbica de machos y a la que le suma la “moralina victoriana del hombre nuevo” (sic.), que nos muestra una imagen de razonamiento tan retrógrada y conservador para luego dar cuenta que “la necesidad de campesinos” les habría hecho retroceder, algo, por decir lo menos, contradictorio.

Un tema siempre espinoso a la hora de hablar de Teoponte es el ajusticiamiento de dos guerrilleros por el robo de latas de sardina y su deserción, nuestro autor dispara su sentencia:

“[…] Separados del cuerpo místico de la guerrilla, Peruchín y Ferte, no representan nada para sus compañeros, salvo la perversa resaca compuesta de ‘sub hombres’, a ser anulados para preservar la seguridad y la purificación del grupo. En verdad, el gatillo no estuvo nunca en las sardinas o en la arbitrariedad de Chato sino en una concepción de la política que exaltaba el machismo, el honor y la heroicidad de secta como principios incuestionables. Esa es la razón última de los autoritarios disparos del 26 de septiembre de 1970. Así (re) significada la muerte de Ferte y Peruchín, no será asumida como un asesinato sino como un deber imperativo y, como tal, libre de culpa y remordimiento por sus ejecutores.” (: 500)

Entre las y los involucrados, incluidos los y las entrevistadas por nuestro autor, este penoso hecho se justifica como ajusticiamiento, como castigo a una falta grave que atentó a la colectividad y mereció el nivel de severidad asumida[7]. Más allá de estar de acuerdo o no con el ajusticiamiento, el hecho es que la guerra conlleva su propia dinámica y justicia, una máxima que todo integrante de la guerrilla aceptó a la hora de alzarse en armas. La “resaca” de la guerrilla es un proceso que, como se vio en la Revolución cubana, alejó a quienes no tenían la talla física y, sobre todo, como existieron varios ejemplos, la convicción necesaria para seguir adelante.

En este entendido, “la talla” para ser guerrillero, como lo demostraron cientos de combatientes de ambos sexos en las luchas armadas de varios países como Nicaragua, Colombia y Brasil, entre otros, no solo tiene que ver con lo físico. Aunque no está de más señalar que la profesión de guerrillero merece cierto grado de audacia y resto físico, lo que exige a un militante estar al máximo, peor aún cuando ese citadino acomodado, que sabe de explotación a través de sus libros y la prensa, abandona su comodidad para enfrentar no solo a las penurias de la cruel montaña, sino también a las de todos sus hábitos hasta ese momento.

En otro aspecto, el autor va señalando y sentenciado a la hora de hacer comparaciones entre el ELN de la guerrilla de Teoponte con otras organizaciones armadas de otros países e incluso de otros tiempos. Denuncia incansablemente lo que ve como un “culto a la violencia” y hasta hace psicoanálisis del perfil guerrillero, versando:

“[…] Brazo, mano, miembro, casi una prolongación fálica, el arma es para el guerrillero la seguridad y el mando. […]” (: 108)

El conjunto de nuestras reflexiones nos llevan una y otra vez a cuestionarnos sobre las razones que impulsaron a Rodríguez escribir de algo que ve tan ridículo, retrógrado y equivocado y no es si no en el propio texto que creemos encontrar las pistas, mismas que desarrollaremos a continuación.

  • De los deseos y otros inconscientes

Para nuestro autor, la guerrilla de Teoponte se compuso de “[…] desnutridos y desorientados jovenzuelos de ciudad mal organizados y mal dirigidos” (: 515), además, en el marco de sus propias conclusiones, como hemos señalado anteriormente, “feligreses de la religión de la muerte” (sic.), que “ofrendaban sus vidas en el monte, su altar de sacrificios” (sic.), miembros de una “organización verticalista” (sic.), “anti-intelectual” (sic.), “machista” (sic.) y regida por la “moralina victoria del hombre nuevo” (sic.), no entendían a la Bolivia de los fastos certeros de la memoria insurreccional urbana-obrera (sic). Pese a este cuadro, nuestro autor realizó un arduo trabajo de investigación, recopilando documentos, realizando entrevistas, visitando lugares y cotejando noticias y otros documentos relacionados, además de estudiar experiencias sobre otras organizaciones armadas de otros lugares, lo que irremediablemente nos lleva a la cuestión antes planteada: ¿cuáles fueron las motivaciones de Gustavo Rodríguez para investigar algo que le produce tanto desagrado? El propio Rodríguez nos brinda luces al respecto:

“[…] Su sacrificio [de los combatientes del ELN en Teoponte], sin embargo, avivó mi rechazo al método de lucha que acude a la impaciencia de las armas, a la intolerancia y el culto a la violencia.” (: 598)

Empero, como ni la ciencia, ni la historia ni los académicos son productos mágicos engendrados en sí mismos, sino productos de una sociedad de clases, el posicionamiento de nuestro autor, bajo su no impaciencia de las armas, su pacifismo y su rechazo a la violencia revolucionaria, su fe en la democracia y en lo urbano (y la memoria insurreccional), puede hablarnos de una mirada liberal. Pero también, como los seres humanos somos la unidad entre lo individual y lo social, el autor da cuenta de un aspecto algo más suyo:

“[…] Sus relatos [de Rogelio, Calixto y Pacheco] y su proximidad me sacudieron. Esa noche de voces del pasado soñé que era yo un guerrillero, hambriento y escondido en el interior verduzco de la verdad de la montaña de Teoponte. Y ella me habló con una voz de piedra: Has vuelto al fin. Te esperaba. Tú me perteneces, dijo amenazante.” (: 515)

Este reflejo, o para usar un concepto del psicoanálisis, esta proyección, vierte los deseos de nuestro autor; ya no “son ellos”, “soy yo”, es “la verdad de la montaña” quien lo ha digerido, esa misma “mágica montaña” ahora “verdadera” que lo acoge “hambriento”, pero además, con voz de piedra –¿reminiscencia de los apus, apachetas y achachilas? – lo reclama para sí. Teoponte no estaba tan lejano para Gustavo Rodríguez, pero tampoco tan cerca, ¿será ésta su última motivación para que escribiera su libro desde una posición “pacifista” liberal? ¿Una especie de deseo venido del amor-odio? ¿Era, pero no fue o quiso pero no pudo ser “ese guerrillero”?

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

Assmann, Hugo                      Teoponte una experiencia guerrillera, CEDI, 1971, Bolivia.

Benjamin, Walter                   Tesis sobre la filosofía de la historia en: Ensayos Escogidos, Ediciones Coyoacán, 1999, México.

Bourdieu, Pierre                     Intelectuales, Política y Poder, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 2000, Argentina.

Cabezas, Omar                       La Montaña es algo más que una inmensa estepa verde, Editorial Nueva Nicaragua, 1982, Nicaragua.

Guevara, Ernesto                    Apuntes críticos a la Economía Política, Ocean Sur, 2007, Colombia.

Guerra de Guerrillas, Ocean Sur, 2007, Colombia.

«Crear dos, tres… muchos Vietnam» Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental, en: https://www.marxists.org/espanol/guevara/04_67.htm (Revisado: 27 de diciembre 2014)

Guevara, Ernesto y Castro, Raúl        La conquista de la esperanza. Diarios inéditos de la guerrilla cubana. Diciembre de 1956 – febrero de 1957, Grupo Editorial Planeta, 1995, México.

Peredo, Inti                             Mi campaña junto al Che y otros documentos, Ediciones Inti, 2013, Bolivia.

Rodríguez, Gustavo                Sin tiempo para las palabras. Teoponte. La otra Guerrilla guevarista en Bolivia, Grupo Editorial Kipus, 2009 y 2015 (ambas reimpresiones), Bolivia.

Sivak, Martin                          El dictador elegido Biografía no autorizada de Hugo Banzer Suarez, Plural Editores, 2001, Bolivia.

Suárez, Mario                         Teoponte: sueños de libertad masacrados, Ediciones Inti, 2013, Bolivia

Tischler, Sergio                       La crisis del sujeto leninista y la circunstancia zapatista en: Revista Chiapas N° 12, México, 2001 en: http://www.revistachiapas.org/No12/ch12tischler.html (Revisado: 27 de diciembre 2014)

NOTAS

[1] Pierre Bourdieu apunta en su libro Razones prácticas, a propósito de la relación cómplice ontológica que “se instituye entre dos “realidades”, el habitus y el campo, que son dos modos de existencia de la historia, o de la sociedad, la historia hecha cosa, institución objetivada, y la historia hecha cuerpo, institución incorporada.”

Bajo este esquema, “haciendo hablar al autor”, entender el campo científico, como un campo en donde la lucha de clases se expresa entre quienes, que construyen un habitus, investidos de autoridad frente a los profanos, reproducen la ideología de la clase dominante bajo un discurso que no reconoce la necesidad de “objetivar al sujeto objetivante”, de esta manera, lo objetivo, o en todo caso, la discusión entre objetividad y subjetividad, se enmarca en una mera formalidad.

En este sentido, Bourdieu escribe: “[…] La idea de una ciencia neutra es una ficción, y una ficción interesada, que permite dar por científica una forma neutralizada y eufemizada -por lo tanto, particularmente eficaz simbólicamente porque es particularmente irreconocible- de la representación del mundo social.” [Bourdieu, 2000: 103]

[2] Durante el auge del neoliberalismo, que representó una victoria material e ideológica sobre cualquier otra posibilidad de sociedad, los que se sumaron directa e indirectamente al neoliberalismo, con Fukuyama erguían los pechos proclamando “el fin de la historia”, el sistema de partidos políticos se imponía como única vía de interpelación entre a Sociedad y el Estado: “la democracia había triunfado”. Mucho de los “intelectuales de izquierda” se sumaban a los carros neoliberales. De esa democracia, de esa institucionalidad y de esa “paciencia”, que con burocracia y tecnocracia se vanagloriaba de haber superado a las ideologías viene la corriente más dura que condena la violencia de los pobres y los oprimidos; el “salvajismo de las protestas” y de las luchas revolucionarias y que llegó a calificar a la lucha armada como “terrorismo”. ¿Es este marco, de lo neoliberal, de los vencedores por casi 20 años en Bolivia, de donde se desprende lo interpretativo de Rodríguez?

[3] En la historia universal es posible evaluar el despliegue de la fuerza desproporcional del capitalismo para negar al trabajo, para subordinar a las y los trabajadores bajo muerte y persecución. Asimismo, es palpable el accionar del imperialismo norteamericano contra los pueblos que no asumieron sus designios y sobreviven en “su área” de influencia, esto después de la Segundo Guerra Mundial nos ha dado imágenes horribles con la guerra de Vietnam, la Guerra del Golfo Pérsico, la Guerra contra Irak, etc. y capítulos como las dictaduras militares en América Latina, como también hemos visto la violencia imperialista Belga en el Congo. No solamente se trata de una violencia permanente del capitalismo contra las grandes masas de trabajadores y trabajadoras, sino de los rostros de muerte, dolor y destrucción que se han generado a partir de la fase imperialista.

[4] Lo que nos convoca a preguntarnos: ¿Siendo Rodríguez Ostria contemporáneo a este periodo qué arriesgo? Se sabe por una entrevista que en el golpe de Banzer ese triste 21 de agosto de 1971, como estudiante de la “burguesa” Universidad Católica Boliviana, no participó de la resistencia ya que habría regresado a su habitación a recoger abrigo y fue detenido por la dueña de casa. Ver el documental: “Gustavo Rodríguez Ostria I PARTE” de Televisión Universitaria, Carrera de Comunicación Social – UMSS y Unidad de Producción Audiovisual – UPA (productores), del 2014.

[5] Nos referimos a su texto: La crisis del sujeto leninista y la circunstancia zapatista.

[6] El Partido Obrero Revolucionario (POR), que en 1954 se escindió en varias oportunidades, tuvo una importante ruptura cuando se dividió en el POR – Lora y el POR – Combate a la cabeza de Hugo Gonzales Moscoso en disidencia con Guillermo Lora y la línea “lorista” que no aceptaron la adhesión del POR al Secretariado Unificado, como se convino mayoritariamente en 1954 en uno de sus eventos. Además de la adhesión al Secretariado Unificado, las causas de la separación se encuentran en que Lora promovía el “entrismo” al MNR, lo que luego fue castigado por el pueblo cuando en 1956 alcanzó la ridícula cifra de 2239 votos en apoyo a su candidatura. (con datos de: http://www.internationalviewpoint.org/spip.php?article1842)

[7] Ver el Documental: “1970 Teoponte, la última guerrilla” de Roberto Alem Rojo, sobre todo las afirmaciones de Jesús y Rogelio al respecto.

NOTA FINAL

Agradezco los valiosos y agudos comentarios y acertados aportes de Karina Acuña Nogales, mismos que contribuyeron significativamente a este artículo que durmió desde 2009 y que por deuda con quienes dieron su vida a la historia de la guerrilla de Teoponte me permito poner en consideración ahora. Asimismo, agradezco las sugerencias del profesor Luis Oporto, quien es un permanente e incansable constructor de la memoria de nuestro país.

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