Venezuela, siglos XIX-XXI, un país que ya ha derrotado a dos imperios
El Imperio Español fue el primer imperio global de la historia, ejerciendo dominio pleno sobre vastos territorios en los cinco continentes hasta alcanzar más de 20 millones de kilómetros cuadrados, desde finales del siglo XV hasta finales del siglo XIX. El hecho de que una inmensa cantidad de estos territorios no pudiesen ser alcanzados por tierra establece una diferencia importante con el Imperio Romano y con el Imperio Mongol, dos de los más grandes imperios que le precedieron, que es quizás una de las pocas diferencias apreciables entre ellos, caracterizados todos por su extrema crueldad y vesania para con los pueblos subyugados.
Considero que su expulsión del territorio continental americano a raíz de la victoria del ejército libertador comandado por el venezolano Antonio José de Sucre en Ayacucho, Perú, representó prácticamente el fin de tan vasto imperio puesto que sólo fue cuestión de tiempo para que el naciente imperio global estadounidense, después de derrotarlo en una guerra en la que lo había obligado a intervenir por medio de un ataque de falsa bandera perpetrado sobre uno de sus acorazados anclados en la bahía de La Habana, lo despojase de sus últimas posesiones en América, las islas de Cuba y Puerto Rico, en el mar Caribe, así como de las Filipinas y las Islas Marianas en el Pacífico Occidental.
El hecho de que el Mariscal de Ayacucho estuviese bajo el mando supremo de El Libertador Simón Bolívar, en ese entonces presidente de la República de Colombia (conformada por los territorios de las actuales repúblicas de Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela), y que la base de su ejército estuviese conformada por los mismos llaneros venezolanos con los que este último hiciese el heroico paso de Los Andes en el páramo de Pisba en 1819, me permite decir con toda propiedad que es el pueblo venezolano el auténtico vencedor del imperio español en América; tratándose éste del mismo pueblo que constituyendo esa amalgama de indígena originario, negro africano y blanco europeo, el Libertador identificase ya en 1815 como un nuevo género humano y más tarde Vasconcelos llamase “la raza cósmica”, estando muy lejos de tener pretensión supremacista alguna.
El más reciente imperio global, el estadounidense, comenzó a ser proyectado por sus llamados “padres fundadores” en los albores de su independencia del imperio británico, de la mano de la doctrina del Destino Manifiesto, según la cual ellos asumen que deben extenderse por todo el continente americano, que les ha sido asignado por la Providencia, para el desarrollo de un gran experimento de libertad y autogobierno; siendo esto para ellos un derecho comparable con el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino.
Nuestro primer y único enfrentamiento militar con el imperio estadounidense aún en gestación, tuvo lugar en diciembre de 1817, cuando el ejército expedicionario venezolano que había liberado el territorio de la isla Amelia, para fundar la república de La Florida por órdenes expresas del libertador Simón Bolívar, fuese derrotado por el general estadounidense Andrew Jackson, al mando de una fuerza militar conjunta hispano-estadounidense.
Posteriormente, a mediados de 1818 estuvimos muy cerca de llegar a otro enfrentamiento militar, en ocasión del apresamiento por parte de las fuerzas patriotas, de dos buques mercantes privados de bandera estadunidense, que cargando armas y demás efectos militares y violando el bloqueo impuesto por las fuerzas patriotas, penetraron en el río Orinoco con el propósito de entregar su carga a las fuerzas realistas españolas. En esa oportunidad el gobierno estadounidense, con toda la prepotencia y la petulancia de las que ya adolecía en tan lejana época, intentó una extremadamente airada reclamación ante el gobierno revolucionario venezolano, que no derivó en un conflicto bélico gracias a la paciencia y la habilidad diplomática del Libertador.
Su boicot continuado al Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826, máxima expresión del ideal integracionista latinoamericano de El Libertador, con la manifiesta complicidad del traidor vicepresidente de la República de Colombia, Francisco de Paula Santander, a quien una empresa privada que aspiraba a construir el canal interoceánico hizo socio, mantuvo viva la manifiesta conflictividad entre el gobierno estadounidense y El Libertador, quien con todo fundamento escribió en una carta dirigida al coronel Patricio Campbell, fechada en Guayaquil el 15 de agosto de 1829, la siguiente frase lapidaria: «Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a plagar la América de miserias en nombre de la libertad».
Desde la repentina muerte del Libertador, ocurrida en diciembre de 1830 cuando éste se aprestaba a invadir a Venezuela para recuperar el poder usurpado por el traidor Páez, a la cual tengo la firme convicción de que estuvo vinculado el gobierno de Washington, hasta comienzos del siglo XX, el imperio norteamericano pareció haber dejado de lado su abierta actividad injerencista en contra de Venezuela.
Durante ese largo intervalo parece haber cedido terreno en Venezuela a favor del imperio Británico, que intentó entonces despojarnos de toda la rica región de Guayana al sur del río Orinoco, y terminó por despojarnos con su ayuda de nuestra Guayana Esequiba.
Semejante repliegue del imperio norteamericano no significaba en modo alguno un cambio de actitud hacia Venezuela, sino un obligado aplazamiento táctico mientras se ocupaba de extenderse a nivel global, mediante turbias acciones tales como éstas: despojando a México de más de la mitad del territorio que le correspondía por herencia del imperio español, representado por los actuales estados de California, Nevada, Utah, Nuevo México y Texas, así como parte de los estados de Arizona, Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma; despojando a España de sus islas del Caribe y el Pacífico Occidental; apoderándose por la fuerza de las islas Hawai; adquiriendo el territorio de Alaska del corrupto y arruinado régimen zarista de Rusia; así como por medio unas cuantas tropelías anexionistas que no es del caso mencionar en estas cortas líneas.
Es en los inicios del siglo XX, cuando en ocasión del bloqueo naval de nuestros principales puertos así como de las bocas del Orinoco, impuesto por los imperios Británico y Alemán junto al reino de Italia, que reclamaban el pago de unas ilegales y extremadamente abultadas deudas no reconocidas por el gobierno nacionalista del general Cipriano Castro, que el gobierno del imperio, invocando la Doctrina Drago, por no querer aplicar la Doctrina Monroe en contra de sus aliados de entonces y de hoy, se ofrece para servir de mediador entre nuestro gobierno y las potencias invasoras logrando el desmontaje del bloqueo y el inicio de unas conversaciones a raíz de las cuales pudo determinarse, entre otras cosas, que el monto real de la dichosa deuda era de una sexta parte de lo que se pretendía cobrarnos.
No tardaría el imperio en cobrarnos con creces tan auspiciosa intervención apoyando el golpe de estado que propinase el vicepresidente Juan Vicente Gómez a su compadre Cipriano Castro, en diciembre de 1908, con el envío de tres buques de guerra a fondear en las aguas de nuestro principal puerto, en estado de franca hostilidad y amenaza.
Con la larguísima dictadura de Gómez se establece un férreo dominio del imperio norteamericano en Venezuela, traducido en una suerte de protectorado no formal, con todas las ventajas de éste pero sin ninguna obligación para con los “protegidos”, que habrá de ser tolerado en mayor o menor grado por todos nuestros gobiernos, independientemente de su forma y origen, hasta 1998.
Fueron en total 90 años de vergonzante entrega de nuestra soberanía económica, militar y política, afianzada en una burguesía improductiva y apátrida, capaz hasta de pagar por venderse; una casta militar sin coraje ni sentido patriótico, formada, o mejor dicho “deformada”, en las academias militares gringas; y una élite política parasitaria y sin los más mínimos escrúpulos, capaz de traicionar a las grandes masas populares que creyeron en ella y su falsa democracia, una, una y otra vez.
Un caso extraído de nuestra industria petrolera subdesarrollada y dependiente habrá de servir para ilustrar la terrible entrega de nuestra soberanía económica. Se trata de la Orimulsión, un combustible resultante de mezclar agua con el crudo extrapesado de la Faja Petrolífera del Orinoco, “inventado” por el Centro de Investigación y Apoyo Tecnológico de la PDVSA de entonces, que por no representar ninguna innovación sólo pudo ser registrado como una marca comercial identificadora del crudo de ese origen.
Con este subterfugio se nos hacía vender nuestro crudo extrapesado, que no era bitumen como sostenían los gringos, sino petróleo líquido extraíble por los métodos convencionales de entonces, a precios equivalentes al del carbón, que para esos días eran tres veces menores que el precio de ese tipo de petróleo. Como entre 1990 y 2001 se exportaron trescientos millones de barriles de Orimulsiòn con descuentos de US$ 10,04 por barril, la pérdida patrimonial para el país, sólo por este concepto, fue del orden de los 3.000 millones de dólares americanos; esto sin tomar en cuenta las pérdidas derivadas de la disminución que su presencia en los mercados significaba, para el precio de nuestros crudos convencionales y de todos los de la OPEP.
El sólo hecho de haber intentado recuperar nuestra soberanía en todos sus órdenes, habiendo logrado algunos éxitos importantes, hubiese sido más que suficiente para colocarnos en la mira del imperio, necesitado como nunca de expoliar nuestros ingentes recursos naturales, a causa de su dependencia cada vez mayor de las grandes corporaciones privadas del capitalismo neoliberal que, ha conducido a un caos generalizado que afecta la vida de las mayorías empobrecidas, negras o blancas, que sobreviven con salarios de miseria, sin salud, sin seguridad social y sin posibilidad ninguna de escapar del ciclo inexorable de la pobreza. Si a eso agregamos nuestro intento por demostrar que un mundo mejor es posible, mediante nuestra contribución a la creación de un mundo pluripolar y multicéntrico, así como el haber declarado el carácter socialista y antiimperialista de nuestra revolución, es absolutamente explicable que hayamos sido convertidos en el objetivo militar prioritario que hoy día somos. Un objetivo que habiendo sido establecido como tal desde el inicio de nuestra revolución en 1999, adquirió ese carácter prioritario de primer orden a raíz del asesinato de Chávez.
Considero haber demostrado fehacientemente, en anteriores trabajos, que la amenaza militar del imperio sobre Venezuela es absolutamente real y que lamentablemente podría ser materializada en cualquier momento a partir de ahora. En contraposición, la amenaza que nosotros pudiéramos representar para la hegemonía imperial, nunca de carácter militar, es algo que nos enorgullece porque siendo reconocida por nuestros aliados, gobiernos y movimientos sociales a nivel planetario, debiera promover su más decidido apoyo a nuestra revolución junto al más contundente rechazo a las bastardas pretensiones del imperio.
Sostengo que hemos derrotado al imperio norteamericano, aun cuando la batalla de Ayacucho de esta guerra aún no se ha librado, porque el sólo hecho de haber podido resistirla estoicamente, manteniendo intacta nuestra moral de combate y acrecentando nuestros valores socialistas, constituye no sólo un triunfo en sí mismo, sino el mayor de los auspicios para lo que sería, a no dudar, el gran Vietnam de la América Latina.
Es por ello que aunque celebro y agradezco aquella frase de Pilger con la que trata de exaltar a la Revolución Bolivariana hasta el infinito, al señalar que “Si Venezuela cae, la humanidad cae», no la comparto a plenitud, ya que prefiero decir que si Venezuela cae, toda la América Latina estará en riesgo inminente de volver a ser el “patio trasero” de los Estados Unidos y esto, que es de tan extrema gravedad, no será permitido dócil ni pasivamente por nadie en el seno de la comunidad mundial decente, ni mucho menos por nuestros aliados del ALBA-TCP, ni por las grandes potencias amigas: Rusia, China Irán y Turquía.