¿Por qué la política boliviana no inspira ilusión?

Devin Beaulieu

La expectativa más notable de las próximas elecciones es que por primera vez la candidatura de Evo Morales no espera ganar con una mayoría. La oposición tampoco espera ganar una pluralidad. En medio de los discursos polémicos sobre las campañas hay poca reflexión sobre cómo llegó Bolivia a este momento. ¿Por qué la política boliviana no inspira? Vale reflexionar más allá del 21F y más aún sobre el proceso largo del gobierno del MAS para encontrar nuestra respuesta detrás la coyuntura.

En el 2008, durante los días más intensos y conflictivos de la Asamblea Constituyente el vicepresidente Álvaro García Linera presentó un discurso frente a los constituyentes del MAS quienes estaba buscando una salida para la nueva constitución y su proyecto plurinacional por los conflictos intratables de las autonomías, la capitalía plena, y la oposición derechista. En su discurso García Linera lanzó la lectura y su primera tesis de gobierno, seguido en los próximos años por sus famosos libritos defendiendo las políticas del gobierno mediante términos académicos de izquierda.

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En esta ocasión García Linera propuso la tesis de “empate catastrófico”, que las fuerzas políticas en Bolivia estaban divididas entre los proyectos de dos bloques históricos. García Linera amenazó que sin concesiones políticas por la base de movimientos sociales el empate político se convertiría en una catástrofe. Se prestó el termino y la legitimidad de su tesis de Antonio Gramsci quien escribió sobre el conflicto social intratable y la revolución frustrada en Italia que anticipó la llegada del fascismo, lo que sirvió a García Linera invocar la sombra y memoria de golpes militares en Bolivia. Se justificó la vía moderado del MAS para avanzar el proyecto plurinacional, desarmando o cooptando sectores opositores por una hegemonía inclusiva para avanzar los objetivos revolucionarios de largo plazo. Es la justificación fundamental del programa progresista del pragmatismo que caracteriza el transcurso del gobierno de Evo Morales y todos los recientes gobiernos izquierdistas del continente.

Evocando la palabra de Gramsci, terreno sagrado para los izquierdistas de América Latina, Linera no explicó que Antonio Gramsci propuso el término de “empate catastrófico” para entender el triunfo del populismo autoritario sobre un momento revolucionario, el Bonapartismo en términos Marxistas. Para Gramsci, el empate catastrófico es un momento peligroso para la izquierda revolucionaria porque se abre la oportunidad para una figura populista, en cuya estética y discurso aparece la resolución del conflicto social -cooptando el sentido revolucionario con una restauración del capital- que Gramsci llamó “transformismo” o “revolución pasiva” y entendió como el proceso político del fascismo.

El camino “pragmático” impuesto por el MAS en la asamblea constituyente fue reemplazar las visiones de democracia radical de los movimientos sociales enmarcado en las nociones de “autodeterminación” y “reterritorialización” por la letra importada de los tratos internacionales de derechos humanos. Mas bien, la aparente conquista convirtió los derechos humanos de un pleito de la sociedad inquieta en un papel del estado apropiador, una burla más evidente en el pedido de Morales para su reelección indefinida como un “derecho humano”. En vez de una revolución agraria, se prometió redistribuir el latifundio a través el viejo reglamento de función social. Aunque en realidad la función social nunca tocaba a los terratenientes, se ayudó justificar la política de repartija de tierras “no productivas” dentro de territorios indígenas y reservas naturales. Mas perverso, los protagonistas del estado plurinacional, los pueblos indígenas volvieron en una figura de víctimas, primero para recibir el palo de la policía en la marcha del TIPNIS y después para recibir regalitos en camino de megaproyectos desarrollistas para sobrepasar “su pobreza”. Todo para que sean más fáciles de dividir y cooptar como clientes del gobierno o beneficiarios de una derecha buscando nuevo pleito.

En retrospectiva, la mayor víctima de los golpes de Chaparina no fue la palabra de los derechos, la imagen del gobierno, o los cuerpos de los marchistas, pero más bien fue la imaginación política del país. Con las esperanzas de las palabras nobles del estado plurinacional convertidas al revés como sátira, Bolivia sufrió una fuerte despolitización en los últimos años. Después todos los sacrificios de las marchas y las protestas, todo que lo puede ofrecer la nueva clase política es nada más que un modelo monetario neoliberal plus beneficios sociales. “Vamos bien” en el 2015 y “futuro seguro” ahora. Una “estabilidad” que aparentemente significa más deuda y menos democracia. Ausente es el sueño de una sociedad más justa. La plataforma electoral del MAS ni menciona el latifundio. Con un futuro desesperado, el camino que parece más apto para salir de la coyuntura y la sombra del autoritarismo para muchos es volver atrás con un candidato del pasado como Carlos Mesa.

Pero el desastre de los fuegos en la Chiquitanía reveló que entre las plataformas electorales de los partidos políticos no hay una diferencia sobre el medio ambiente frente al apocalipsis eminente del cambio climático. Todos son servidores por el mismo fantasma del desarrollo insaciable. Para recuperar sus sueños, ya es tiempo que los bolivianos vuelvan a creer en sí mismo y su capacidad para construir su futuro por sí mismo.

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