Sueños imperiales
Gracias a nuestra visión ficcional del mundo -ideología- los letales duelos de competición entre primates se convirtieron en guerra. Antes se peleaba por comida, luego territorio en beneficio de la etnia. Después la guerra evolucionó volviéndose meta-étnica y quienes robaban comida eran pillos y quienes luchaban por la grandeza de una nación, héroes. Los imperios, desde el romano hasta el norteamericano, no sólo ocuparon tierras, sino que impusieron su cultura.
La ideología convence con amor y miedo. Nadie va a la guerra por loco, los locos sólo le disparan en las escuelas o supermercados. La gente va por amor a la patria, la familia, los hijos y miedo a que el enemigo les arrebate eso. Sin ideología no hay guerra. Con el surgimiento del Estado-Nación los nacionalismos miraron al pasado para dotarse de identidad. Fuimos esto, somos parte de aquello y seremos mejores que el resto.
Hoy vemos a los kosovares fundamentar su derecho a existir con la Gran Albania que abarcaba territorios desde Grecia, Serbia y Bulgaria. Vladimir Putin al tiempo de justificar su operación especial mostró viejos planos de la Rusia zarista. Zelenski dijo que los ucranianos existieron antes que los rusos porque probablemente descendían de los vikingos. Los polacos quieren hacerse con media Ucrania y una parte de Bielorrusia suspirando con la otrora gran Polonia. Los rumanos consideran Odesa, Georgia y Moldavia como parte de su territorio. El gran Israel amparados en el Tora quieren reinar desde el mediterráneo hasta el límite de la antigua Mesopotamia. EE.UU. reclama derecho a todo porque son los guardianes de la libertad y poseer estilo de vida superior.
La base de las ideologías nacionalistas no es sólo el derecho a existir sino a trascender, la supremacía. La globalización despertó viejos fantasmas en nuestras mentes y andamos enloquecidos de ideología. Aunque la historia humana nos advierte que todo nacionalismo es un espejismo que empuja cuerpos desechables a las trincheras.