Evo vs. Arce / Arce vs. Evo: la guerra interna en el MAS boliviano
El expresidente boliviano Evo Morales tiene una convicción que guía su accionar político: si bien el Movimiento al Socialismo (MAS) regresó al poder mucho más rápido de lo esperado, él quedó fuera del palacio, por lo que los “golpistas” se habrían salido en parte con la suya. Luis Arce Catacora, puesto como candidato por el propio Morales, se ha resistido a ser un mero “delfín” y no colocó a ningún ministro importante de la era Evo en su gabinete. Para Morales, el gobierno de Arce está dominado por una “derecha interna” y la escalada, con miras a una sucesión aún lejana de 2025, no hizo más que potenciarse en los últimos meses.
La elección de Arce como candidato respondió, en 2020, a la necesidad de tener un candidato competitivo y, al mismo tiempo, “leal”. En ese entonces, entre las bases del MAS ganaba fuerza la candidatura de David Choquehuanca, pero Morales consideraba que el excanciller tenía menores posibilidades de triunfo y no era leal. De hecho, este político de origen aymara fue hasta 2017 un “hermano” de Evo, pero esa hermandad finalmente se quebró y devino enemistad.
La candidatura de Arce, que utilizó a su favor la gestión de la economía en la mayor parte de los 14 años de gobiernos del MAS, se basaba en un acuerdo: que no repetiría mandato. Pero la dinámica política lo hizo estallar. En parte porque Arce se repuso de sus problemas de salud, y en parte porque, a la cabeza del Estado, se sintió suficientemente fuerte para intentar quedarse cinco años más en el nuevo palacio presidencial: la Casa Grande del Pueblo, construida al lado del antiguo Palacio Quemado; aunque no ha querido confirmar su postulación, ya actúa con el traje de presidente/candidato.
Evo Morales quiere ser el presidente del Bicentenario, que en Bolivia se celebrará en 2025, el año de la elección presidencial. Y cree que desde el gobierno se busca debilitarlo: llegó a hablar de un “plan negro” contra él y en varias oportunidades denunció persecuciones contra empleados públicos que lo apoyan.
Entretanto, los lugartenientes de ambos dirigentes —sobre todo en el Congreso— acusan a los rivales de querer dividir al “Instrumento político”, como en MAS se refiere a sí mismo, y en efecto este partido sui géneris se divide hoy en dos bloques: “evistas” y “renovadores” (arcistas y choquehuanquistas, que tienen una suerte de alianza de conveniencia). Hoy Morales tiene más fuerza en el partido, del que es presidente, y Arce tiene el control del Estado —y de los recursos—. Algunas jugadas políticas de riesgo, como la detención del gobernador de Santa Cruz, Luis Fernando Camacho, buscaron mostrar que el presidente no es solo un tecnócrata, sino que puede jugar fuerte. Contra la oposición, pero también contra Evo. La pregunta es si Arce logrará transformar poder estatal en poder social.
El centro de la batalla política de los meses por venir se centrará en el control del partido, que como se vio en 2020, sigue siendo una poderosísima maquinaria electoral, con organizaciones sindicales y sociales que cubren reticularmente todo el territorio del país. Según varias fuentes, Arce amagó con esquivar esta batalla y utilizar como sello electoral el Partido Socialista-1 (PS-1), un partido en el que militó en su juventud y hoy es solo un recuerdo de un pasado mejor en la década de 1970 (ese fue también el partido de Marcelo Quiroga Santa Cruz, un mártir de la izquierda boliviana). Pero el presidente pronto comprendió que si quiere seguir en el poder necesita conquistar el MAS, lo que podría conseguir a través de maniobras legales y división de las bases, pero con resultados por el momento inciertos. “Pareciera que, me comentaron, no le ha ido bien con el PS-1 y ahora vuelve. Bienvenido, buen retorno”, ironizó Morales en marzo pasado desde su programa radial cuando Arce participó de un congreso departamental del MAS en la región de Santa Cruz.
La actual lucha interna tiene a la economía como una externalidad que podría jugarle en contra al presidente: si hasta hace poco era reconocido como el padre del “milagro económico” boliviano, hoy la macroeconomía, sobre todo las reservas que en el primer ciclo del MAS llovieron a raudales, muestra signos de deterioro. Incluso Morales metió el dedo en la llaga al señalar que “no estamos bien económicamente”.
Durante los actos por el 28 aniversario del MAS, en los que participaron Morales y Arce, el primero señaló: “Algunos compañeros nuestros hablando contra Evo igual que los gringos (…) reflexionemos, no entremos a ese juego”. Respecto de la economía, no ahorró críticas: “Hay que alejar del equipo económico a los ortodoxos conservadores que so pretexto de bajar la inflación o evitar la inflación, solo se someten a la disciplina fiscal del Fondo Monetario Internacional (FMI), cuidando la macroeconomía para castigar a los pequeños productores y a la gente pobre, eso es lo que estamos viviendo”.
Pero Morales, si bien sigue siendo una figura central de la política boliviana, en estos tiempos se ha ido recostando sobre un bolivarianismo que ya no interpela como en el pasado, rinde pleitesías a Vladímir Putin y se embarca en pequeñas batallas desde Twitter y su programa en la radio Kawsachun Coca contra parte del gobierno del “hermano Lucho” (Arce). Las posiciones de Evo Morales no son nuevas, pero sí lo es la coyuntura global y regional: considerar a Putin un líder antiimperialista tras la invasión de Ucrania solo puede ser celebrado por círculos militantes intensos pero minoritarios, al igual que la defensa de regímenes como el nicaragüense. Los discursos de Morales suenan repetitivos, demasiado centrados en reivindicar sus años en el poder y con escasa capacidad —y voluntad— de remozamiento.
La historia de Bolivia parece a veces cambiar más en el corto plazo que en el largo: en 1925, el presidente del Centenario, el “cholo” Bautista Saavedra intentó sin éxito mantener el poder mediante un testaferro político. Pero el candidato que colocó en el poder ejecutivo lo terminó apartando e incluso lo obligó permanecer fuera del país. En tiempos del Bicentenario, la historia no se repite, pero de alguna forma rima.
El exvicepresidente Álvaro García Linera osó pedir que Evo Morales y Luis Arce se sienten a hablar y a ver cómo reunir el MAS. Aunque dijo que el próximo presidente debe ser un indígena, en una especie de apoyo velado a Evo Morales, este no estaba para sutilezas y lo incluyó en la lista de sus “nuevos enemigos”. El diputado Héctor Arce, espada de Morales contra el gobierno, acusó al exvicepresidente de “desleal y malagradecido”. Pero lo indígena que reivindica García Linera, si bien sigue siendo un elemento central de la política boliviana, tras más de 16 años de gobiernos del MAS ha pedido parte de su aura renovadora de la política y la sociedad bolivianas. Por eso, la versión “clasemediera” y urbana de Arce tiene posibilidades que no habría tenido diez años atrás. De manera sorprendente, la cantidad de personas que se autoperciben indígenas cayó de 62% en 2001 a 42% en 2012 (bajo un gobierno indígena-campesino).
En medio de estas disputas aparece el vicepresidente David Choquehuanca. Con alguna formación de joven en Cuba, y luego entusiasta lector de El Libro Verde del libio Muamar el Gadafi, Choquehuanca fue un importante sostén, desde el conglomerado de ONG que dirigía, de la carrera sindical y política de Evo Morales desde sus inicios en los años ochenta. Desde 2006 hasta 2017, ocupó el cargo de canciller y siguió haciendo política en el Altiplano aymara, su región. Pero al final se produjo una ruptura, aparentemente por sus aspiraciones presidenciales, y fue apartado del cargo. Su discurso “pachamámico” convive con su pragmatismo político y si bien hoy no puede disputarle el MAS a Morales, sí puede generar divisiones en algunas organizaciones y erosionar su liderazgo.
Recientemente, el vicepresidente se animó a desafiar a Morales en la región cocalera del Chapare, donde el apoyo al expresidente es casi incondicional y las federaciones sindicales que Morales nunca dejó de presidir son fuerzas cuasi milicianas. Choquehuanca no pudo salir del aeropuerto de Chimoré por la presión de esos sindicatos evistas, que incluso bloquearon carreteras para impedir su desplazamiento, pero logró reunirse en una zona militar del aeropuerto con varios sindicalistas “renovadores”. Desde esta región cocalera, Morales se proyectó a la nación, pero tras 2019 se ha vuelto a replegar allí, donde tiene oficinas, un programa de radio y lealtades hasta ahora absolutas. Desde ese aeropuerto salió hacia México tras su derrocamiento en 2019.
Por ahora, la debilidad de la oposición —política y regional— hace que la disputa se desarrolle en el interior del oficialismo. Santa Cruz no pudo reaccionar contra la detención de Camacho (el gobierno aprovecha las divisiones en la élite regional), y la oposición política, golpeada por la experiencia de Jeanine Áñez en el poder, no encuentra figuras de relevo. Pero un MAS electoralmente dividido representa un riesgo serio a su continuidad en el poder. Esto posiblemente se volverá un tema más acuciante más cerca de las elecciones; por ahora seguirán las batallas internas por el control del partido más poderoso después del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), líder de la Revolución Nacional de 1952.