Hipótesis sobre la dialéctica del verdugo y la víctima
Hipótesis sobre la dialéctica
del verdugo y la víctima
Raúl Prada Alcoreza
Así como en la metáfora filosófica del amo y el esclavo, podemos acudir a otra figura filosófica, elaborada en base a la dominación, esta figura, que proponemos, es la de la dialéctica del verdugo y la víctima. Como se sabe el verdugo es el que ejecuta a la víctima, en este caso, convertida en condenado. Pero, es en el transcurso o espera, entre verdugo y víctima, donde media una temporalidad, así como también, en términos instrumentales, una burocracia, es decir, el trámite burocrático. La preparación del condenado para su muerte. La hipótesis sería la siguiente: La víctima se siente absolutamente vulnerable, completamente expuesta a las acciones de la burocracia y a la ejecución del verdugo, así como está expuesta al desprecio de la gente, convencida de su predisposición a la delincuencia, de su culpabilidad ante el delito. Su pecado es haber nacido destinada a ser víctima, con todas las características que la hacen predestinada a ser víctima. No ocurre como en el caso de la dialéctica del amo y el esclavo, donde el esclavo desea ser amo, se ve a través de los ojos del amo. Esta vez, se puede decir, que la víctima se ve a través de sus propios ojos, pero se trata de la mirada inhibida por el poder; se siente víctima, se concibe como víctima, está convencida de ser víctima. Empero, no se puede decir con certitud que la víctima desea ser el verdugo, tan solo quiere liberarse de su condición de víctima, quiere ser reconocida en su condición humana. Es posible que después, cuando, imbuida por el espíritu de venganza, violencia cristalizada en sus huesos, frustrada en la espera burocrática, aprovechando cierta suspensión de la consciencia culpable inoculada, desee, entonces, ser verdugo. En estas circunstancias, se cumpliría parcialmente lo que ocurre en la dialéctica del amo y el esclavo, en consecuencia, la víctima puede desear ser verdugo, con lo que no se sale del círculo vicioso de la dominación. Subsiste la relación perversa del círculo vicioso del poder. Entonces, así como en la metáfora de la dialéctica del amo y el esclavo, el esclavo aparece como la otra cara del amo, la cara opuesta y en contraste; también el amo aparece como la otra cara del esclavo, opuesta y en contraste; son como dos caras de una misma medalla. De manera similar, el verdugo aparece como la otra cara de la víctima, el rostro sádico, y la víctima aparece como la otra cara del amo, el rostro masoquista.
¿Cuándo se rompe esta relación perversa del círculo vicioso de las dominaciones, este juego de espejos? Se puede decir que la salida del círculo vicioso del poder solo puede darse aboliendo el poder mismo, en cambio sí se puede salir del juego de espejos. En el caso de la dialéctica del amo y el esclavo los espejos se quiebran con su juego cuando el esclavo se descubre en su producto como el creador del mismo, la realización del producto en el acto de producción es al mismo tiempo el develamiento de su ser en sí; al hacerlo se sabe más allá de la relación de dominación y sujeción entre el amo y el esclavo, se descubre como creador. Es cuando puede prescindir del amo, no lo requiere en esa otra relación entre productor, producto y producción. En contraste, es también cuando el amo devela su consciencia esclava, pues solo puede ver al esclavo como cosa, esto quiere decir que la consciencia del amo se encuentra en los estrechos marcos de la cosificación. El esclavo se descubre como productor, en tanto que el amo se devela como improductivo. Pasando al otro escenario, el de la dialéctica del verdugo y la víctima, la salida del círculo vicioso de la violencia solo puede ocurrir cuando se anule la violencia misma, su proliferación, su desarrollo inaudito; sin embargo, se puede salir del juego de espejos entre el verdugo y la víctima, cuando la víctima deje de concebirse como tal, cuando deje de sentirse y mirarse como víctima. Por lo tanto, cuando se mire a sí misma de otra manera, desde otra mirada liberada. No se es víctima en sí misma, es el despliegue perverso de la dominación la que convierte en víctima y la que inviste al verdugo, de la misma manera que inviste institucionalmente al amo y económicamente al patrón. Esta otra mirada emerge del acceso a la experiencia corporal, material, espiritual y cultural del ser humano, develando, mediante esta experiencia, su humanidad inmanente. Cuando se conciba como humano, más allá del circulo vicioso de la violencia entre el verdugo y la víctima, cuando emerja su capacidad estética y de afecto, cuando se subvierta la potencia social creativa. Esta potencia social se halla inhibida por las historias políticas inscritas en la piel, por las estructuras de poder inscritas en el cuerpo, por la institucionalidad encarnada en los comportamientos y en las conductas, por la máquina de la fetichización abstracta, que es la ideología. Si no ocurriera esto, si la víctima, que ha cristalizado la violencia en sus huesos, solo busque la catarsis, devolver la violencia, también desear ser verdugo, entonces se habría recaído en el desplazamiento perverso del circulo vicioso de la violencia y, nuevamente, en los juegos de espejos, solo que, ahora, invertidos.
Ahora bien, para trasladarse del esquematismo filosófico de la dialéctica del amo y el esclavo, así como de la dialéctica del verdugo y la víctima, a las connotaciones en los territorios de las dinámicas de la realidad, habría que dejar de hablar en singular y comenzar hablar en plural. No hay amo sino amos, de la misma manera, no hay esclavo sino esclavos; así como tampoco hay verdugo, sino verdugos, de la misma manera no hay víctima sino víctimas. Esta pluralidad obliga a considerar las relaciones sociales en sus dinámicas moleculares y molares, en la complejidad de los campos sociales. De este modo tenemos que hablar de sociedad, así como de sociedades, siguiendo esta lógica, tenemos que incorporar la incidencia social como pueblo, yendo a su proliferación, la incidencia social en el orbe como pueblos. Siguiendo estos pasos de la ampliación de perspectivas y la incorporación de otras instancias estratégicas, tenemos que comprender la participación del Estado en la invención de la nación, pero también en la modulación de la sociedad, así como en la manipulación del pueblo. Es el Estado el que inviste a unos como dominantes y a otros como dominados; esto ocurre cuando se institucionalizan las estructuras y diagramas de poder. El Estado es una economía política que separa Estado de sociedad, valorizando al Estado, la máquina abstracta y burocrática del poder, y desvalorizando a la sociedad, de donde emerge el Estado, desde las dinámicas sociales. Es también el Estado nación el que coloniza a las sociedades y a los pueblos, convirtiendo a unos pueblos en dominantes y a otros pueblos en dominados, incluso suspendiendo a unos pueblos en la nada y a otros arrinconándolos hacia las sombras. En estas investiduras perversas, la religión y la ideología juegan un papel crucial en el despliegue del papel separador, diferenciador, clasificador, discriminador y, sobre todo, colonizador del Estado. Por ejemplo, hay un pueblo que se concibe, religiosa e ideológicamente, como elegido por Dios para salvar a los demás pueblos. Siguiendo este decurso como imitación, otros pueblos se han concebido también como elegidos por Dios, empero ya no para salvar a los demás pueblos sino para destruirlos; en consecuencia, la imitación aparece aquí con sus desplazamientos perversos. Estos desplazamientos ideológicos pueden considerarse dados en los ámbitos de las emergencias de los racismos de la modernidad. Al respecto, también hay variantes en el formato de esta unción divina del pueblo elegido; hay pueblos que se reclaman de ancestrales, oriundos, puros e inmaculados, en consecuencia, con la potestad no solo de la jerarquía y superioridad sino de la supremacía; la variante de este desplazamiento de la performance más conocida es el de la “supremacía blanca”, sin embargo, también se han dado otras pretensiones de supremacías, basadas en la ancestralidad. La particularidad de estas pretensiones es que se dan en pleno desenvolvimiento de la modernidad, que supone no solo vertiginosidad, suspensión de los valores y las instituciones, suspensión y diseminación de las tradiciones, sino también en el contexto de las conquistas sociales y de las generaciones de derechos, teniendo como referente la declaración de los derechos humanos. Entonces, estas pretensiones ideológicas resultan anacrónicas. El substrato de estas formaciones sociales y culturales de la modernidad radica en los flujos articuladores de la interculturalidad y la transculturalidad.
No hay que confundir, de ninguna manera, estas pretensiones de supremacía con las luchas anticoloniales y descolonizadoras de las naciones y pueblos indígenas y otros pueblos mestizos. Estas luchas están más allá del esquematismo dual del amo y el esclavo, así como del esquematismo dual del verdugo y la víctima; se encuentran en otros ámbitos y otros horizontes, relativos a la liberación. Los horizontes de la liberación se abren a los campos de posibilidades de los despliegues de la humanidad, en la proliferación de reconocimientos de las autoconsciencias, usando el concepto hegeliano dado en la Fenomenología del espíritu, cuando se pasa de los límites de la consciencia a los contextos abiertos de la autoconciencia, es decir, a las relaciones intersubjetivas. En cambio, las pretensiones de supremacía se estancan en el esquematismo perverso de la consciencia cosificada de la relación circunscrita del amo y el esclavo, así como en la consciencia perversa de la consciencia traumática y desdichada de la relación estrecha y miserable del verdugo y la víctima. Unos ejemplos de estas pretensiones se muestran fehacientemente en los delirantes discursos de la seudo-ideología de la “supremacía blanca”, así como en los no menos delirantes discursos de las desgastadas ideologías populistas y neo-populistas, atiborradas de centralidades míticas culturalistas. Estos discursos políticos responden a las estrategias de poder de distintos estratos de la casta política; los estratos ultraconservadores deliran en el barbarismo moderno de la “supremacía blanca”, en tanto que los estratos “progresistas” neopopulistas deliran en el barroco de un indigenismo asistencial y un populismo anacrónico.
En resumen, la dialéctica del verdugo y la víctima puede quedar truncada, estancándose en los límites del esquematismo perverso de la dominación y la violencia de la relación reiterativa del verdugo y la víctima, así mismo anclándose en el juego de espejos entre las miradas sadomasoquistas del verdugo y la víctima.