
Papa Francisco: la grandeza de pedir perdón a los pueblos indígenas
Sin la iglesia católica no se puede entender la invasión española en el continente americano y tampoco los siglos de opresión colonial caracterizados por el saqueo de los recursos naturales mediante la explotación de la mano de obra nativa. Por ese motivo, es significativo que el recientemente fallecido papa Francisco, en nombre de la Iglesia, haya pedido perdón a los pueblos indígenas por los crímenes cometidos en su contra desde la conquista.
En un acto de profunda coherencia con su discurso de crítica al orden económico global, al neocolonialismo y a una posible catástrofe ambiental, el pontífice reconoció el papel vergonzoso que la Iglesia desempeñó en América Latina a lo largo de la historia. “Pido humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la propia Iglesia, sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América”, dijo.
Indudablemente, pedir disculpas sin dar un resarcimiento, es solo un gesto simbólico por parte de un jefe de Estado que admite el daño causado a un colectivo concreto. Sin embargo, el hecho de reconocer un error histórico, es una expresión de buena voluntad que puede coadyuvar a dar inicio a una nueva etapa en las relaciones entre la institución católica y las naciones que esta ayudó a someter.
Si bien de acuerdo a los anales del Vaticano, ya anteriormente Juan Pablo II y Benedicto XVI pidieron perdón a los indígenas americanos por los abusos cometidos durante las épocas colonial y republicana, el gesto de Jorge Bergoglio, es el más reciente y el de mayor contundencia.
¿Tienen alma?
Desde el momento de la invasión, los españoles se apoyaron en la religión para someter a los indígenas. Por ejemplo, Hernán Cortés se presentaba sobre su caballo enarbolando la cruz, y aunque sus fuerzas eran de solo un millar de hombres, la docena de frailes que lo acompañó jugó un papel importante para someter al poderoso imperio azteca. Igualmente, Francisco Pizarro, se valió de la ayuda de fray Vicente Valverde y su Biblia, para secuestrar a Atawallpa y luego de cobrar un fabuloso rescate de oro y plata, asesinar al inca, condenándolo por idolatría y poligamia.
En aquella época, el derecho de los españoles para someter y esclavizar indígenas era discutido en los foros europeos. En la Junta de Valladolid de 1550, sacerdotes eruditos y el mismo rey Carlos V, analizaron si los indios tenían alma. Juan Ginés Sepúlveda, cultivado en letras clásicas, historia, derecho y teología, afirmó en aquella ocasión que “los indios del Nuevo Mundo no tienen alma”, naturalizando así su esclavización.
No cabe duda de que la violencia física fue una característica constante del colonialismo español y portugués en América Latina. Los españoles necesitaban de la mano de obra y del tributo indígena, por lo que no exterminaron a la población, pero sí la sometieron.
Cabe señalar que, en la época del “descubrimiento”, Mesoamérica y las tierras altas andinas eran las zonas más densamente pobladas del continente, debido a que habían desarrollado estados organizados como el azteca e inca. En cambio, la zona que comprende las islas caribeñas, América Central y las partes septentrionales de América del Sur, estaba habitada por sociedades principalmente agrícolas, organizadas en su mayoría en cacicazgos.
La etapa colonial en América Latina fue sin duda una de las más oscuras de la historia de la humanidad. Por la extensión del territorio y los siglos de duración, el alcance de la violencia colonial varió considerablemente entre las distintas regiones y periodos de tiempo.
También hay que puntualizar que, si bien el saqueo económico se dio en todo el continente, alcanzó su punto más alto en el Perú, donde el descubrimiento del Cerro Rico de Potosí (en la actual Bolivia) ocasionó la muerte masiva de los indígenas a causa del trabajo forzado en condiciones infrahumanas, los malos tratos y las vejaciones. Evidentemente, las leyes protegían a los naturales, pero en la realidad, la justicia para ellos estaba demasiado lejos.
Asimismo, la colonia significó en todo el continente la invasión masiva de las tierras indígenas, por lo que aún después de la independencia de los países latinoamericanos en el siglo XIX, el legado para las nuevas repúblicas fue la inestabilidad política y económica, la militarización y el racismo, los que contribuyeron a la continuidad de la violencia contra los nativos incluso hasta avanzado el siglo XX.
Como dijo el escritor uruguayo Eduardo Galeano: “Vinieron. Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: «Cierren los ojos y recen», Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia”.
Las excepciones
Hay que reconocer que no todos los curas católicos fueron cómplices del abuso y la explotación a los pueblos indígenas y hay varios ejemplos en la historia de quienes se pusieron de su lado.
Fray Bartolomé de las Casas probablemente fue quien con más fuerza denunció las atrocidades que los invasores cometieron en América Latina.
También es conocido por su obra en beneficio de los naturales y de los africanos esclavizados, el jesuita Pedro Claver, quien, en el siglo XVII, destinado en Santa Fe de Bogotá, no solo catequizó a los indígenas, sino que se hizo defensor de los africanos que eran traídos por la fuerza al nuevo mundo.
Igualmente, hay que recordar que, en México, fueron justamente dos extraordinarios sacerdotes, Miguel Hidalgo y José María Morelos, los que a principios del siglo XIX, enarbolaron heroicamente la bandera de la independencia.
Disculpas en Bolivia y Canadá
La primera vez que el Papa Francisco pidió disculpas a los pueblos indígenas, fue en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Durante su gira sudamericana de 2015, y ante un salón lleno de indígenas y campesinos, el Papa dio un giro inesperado a su discurso diciendo: “Alguno podrá decir, con derecho, que cuando el Papa habla del colonialismo se olvida de ciertas acciones de la Iglesia… Les digo, con pesar: se han cometido muchos y graves pecados contra los pueblos originarios de América en nombre de Dios”.
Posteriormente, durante una visita a Canadá, Francisco se disculpó por el mal que la Iglesia causó a los pueblos indígenas durante décadas de abusos en internados católicos para niños en ese país. En aquella ocasión, se dirigió a las diversas naciones nativas del territorio canadiense durante un discurso pronunciado en Maskwacis, en la provincia occidental de Alberta: «Pido humildemente perdón por el mal cometido por tantos cristianos contra los pueblos indígenas», dijo, reconociendo formalmente que «muchos miembros de la Iglesia» han cooperado en «la destrucción cultural y la asimilación forzada».
México
Una tercera ocasión en que Bergoglio pidió disculpas, fue durante los festejos de los 200 años de la independencia mexicana, en que pidió, a nombre del Vaticano y a través de una carta, perdón por los pecados cometidos por la iglesia católica en el país mesoamericano. Reconoció por escrito que existieron acciones de la Iglesia que provocaron profundo dolor y sufrimiento en la Nueva España: «Tanto mis antecesores como yo mismo hemos pedido perdón por los pecados personales y sociales», escribió.
Esas disculpas papales contrastan con la actitud de la monarquía española, que se negó a pedir perdón por los abusos cometidos durante la colonia, pese a la solicitud expresa que realizó en 2019 el entonces presidente Manuel López Obrador al rey Felipe VI de España.
La polémica se reavivó en 2024 cuando la nueva presidenta de México, Claudia Sheinbaum, no invitó a su toma de posesión al rey Felipe VI, solidarizándose con la solicitud de disculpa realizada por López Obrador años atrás. En respuesta, España no envió representantes a la ceremonia.
¿Sirven las disculpas?
Un tema que entra en análisis es la utilidad de las disculpas cuando la mayor parte de los afectados ya no está en la tierra para recibirlas.
Es el caso, por ejemplo, del astrónomo renacentista Galileo Galilei, quien luego de sufrir varios interrogatorios, tuvo que abjurar de su visión heliocéntrica del mundo ante el tribunal de la Santa Inquisición en 1633, y vivir confinado el resto de su vida, por su osadía de “contrariar las sagradas escrituras”. Tres siglos y medio después, el papa Juan Pablo II proclamó su desagravio a Galileo en nombre de la iglesia católica.
Las disculpas, aunque tardías, no subsanan los atropellos y solo tienen un significado simbólico, pero dicen bien de quien las ofrece y pueden contribuir a sanar viejas heridas. Este es el caso de Francisco, primer papa latinoamericano, cuyas disculpas a los pueblos indígenas ya forman parte de la historia de nuestro continente.