Sobre la obra literaria de “Trapos manchados de sangre”
Mi voz te nombra ¡Paz ¡ pero no te alcanza por el ruido estridente de las guerras…
Percibo en esta reciente obra literaria de Carlos Decker Molina “Trapos manchados de sangre” su alegato por la vida emplazando a los políticos su fracaso estrepitoso al impulsar “tambores de guerra “con victorias pírricas, reavivando el estado de naturaleza de Thomás Hobbes: El hombre lobo del hombre. Desde esta perspectiva manifiesta que “es muy fácil iniciar una guerra, lo difícil es terminarla” y porque es un trauma y psicosis social sin reparo.
Cual caja de Pandora salen como espantos las injusticias cometidas por las atrocidades de las miserias humanas en sus 26 testimonios periodísticos cuando cubría como reportero y corresponsal en el Medio Oriente, la guerra de los Balcanes y la reciente guerra en Ucrania, relatos que consternan y tocan las fibras más sensibles del lector cuando narra las historias atestadas de injusticias y donde se cercenan las lenguas de las mujeres para silenciar los delitos de sus verdugos.
Como el silencio también es comunicación, la devastación, el éxodo de sus gentes y las ruinas que deja atrás las guerras, es el mudo testigo de la muerte como en aquellas estepas de Mostar en Bosnia, Herzegovina donde el autor describe un lugar silente, habitado por la mayoría mujeres como aquella mujer mayor que farfulle y le sale rugidos de la boca llorando su impotencia de no poder contar su historia. Un mundo de mudos por los gajes de la guerra tan análoga en otro contexto como el mudo Braulio de Parotani que el autor recuerda en su onírico pasaje cuando su madre le conminada con el mudo a su hermano menor Iván, si no comía toda su sopa. “Decían que nació mudo Braulio para no decir el nombre del hombre que violó a su madre”.
Al escribir esta nota pienso en la guerra y la inocencia de sus muertos como los niños en Gaza en éste mismo instante. Que mueren como moscas crispadas por el fuego y donde las bombas hacen jirones en sus cuerpecitos. Carlos toma una postura anti belicista porque siente que no es la vía y solución a los conflictos entre pueblos y naciones y que cada episodio tiene su costo social alto, siendo el tiempo y el espacio fundamentales para el análisis, pero no para la muerte porque esta parca es inminente como el caso de aquellos jóvenes idealistas universitarios emulando la guerra de guerrillas como medio para la liberación de su pueblo allá, a finales del 60 del anterior siglo.
“La pesadilla de Khaled “ el hombre que abandonó Alepo junto a su esposa Adila y sus dos hijos y con ellos todo un éxodo de sirios producto de la guerra. Khaled se embarca en una frágil barca llamada Dimitri junto a su familia para llegar a orillas del viejo continente pero el frágil bote sucumbe en altamar, “Khaled es rescatado y llevado a un hospital y luego a un psiquiátrico y todavía tiene pesadillas en las que ve a su mujer y sus hijos llamándolo desde el fondo del mar”. Las aguas del Mediterráneo es testigo del éxodo con sus muertos por escapar de las guerras.
Carlos Decker Molina tiene un lenguaje meridiano sin remilgos rebuscados a lo largo de estos testimonios de vida y es un buen narrador de historias por su mismísima sensibilidad humana y porque su fuente es primaria. Va mi reconocimiento por su intermedio a los periodistas que cubren en la línea de fuego arriesgando sus vidas y Carlos es pues de esos pocos periodistas que quedan a la altura de los acontecimientos.
La Bolivia nuestra, no siempre está circunscrita a lo geográfico y todo el mosaico telúrico que lo circunda, sino también, a esa otra Bolivia peregrina de sus hijos diseminados por ésta vetusta esfera. Carlos Decker Molina también habita en las historias de aquella historia de la diáspora cuando los energúmenos de entonces tomaban el cielo por asalto y disparaban a mansalva al infinito por sí cayera Dios. A Carlos lo nombramos desde siempre, desde su gélida tierra de Oruro por ser un comunicador por excelencia y por ser la voz de los sin voz y por llegar a ser como aquellas orquídeas de raíces siderales exentas de tierra, de nuestra tierra que se le fue expoliada por el ostracismo de aquella megalomanía militar de otrora.
Hablar de Carlos Decker Molina es hablar del Plan Cóndor, de los ruidos de sables, de los barrotes de aquellas frías mazmorras, hervideros de sangre humana, enunciarlo es hablar de la prepotencia prusiana, de los campos de concentración en Chile, nombrar a Carlos es hablar del compromiso por la verdad en cualquier dimensión geográfica, porque somos una suerte de “aldea global” de la que hablaba Marshall MacLujan.
Carlos en estas tierras de Odín no dejó de seguir produciendo cultura y se apoderó de la imagen auditiva en Radio Suecia para el mundo hispanohablante.
Dilecto Carlos enhorabuena