300 palabras, un mundo

Cleopatra, la negra

Elvis Vargas Guerrero

Informarse, por la abundancia de información, dejó de ser una necesidad para convertirse en entretenimiento. Antes esperábamos a los viajeros para enterarnos qué pasaba en el mundo, ahora apagamos las noticias para sentirnos parte de él.

Netflix, empresa de entretenimiento, armó un “documental” con una Cleopatra negra. El gobierno egipcio acusó a la empresa de falsificar su historia. Ellos pueden aceptar que los alienígenas construyeran pirámides, pero no que una negra fuera su reina. La República Islámica de Egipto siempre usó la historia antigua para darse un lugar en el presente. Quizás ¿los mamelucos eran una piltrafa al lado de los faraones? La rabia actual es la misma cuando no aceptaron que Liz Taylor interpretara Cleopatra porque apoyaba Israel.

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Egipto tiene etimología griega y en la antigüedad otras denominaciones. Cleopatra fue descendiente de la dinastía Ptolomea cuando la etnicidad no era una moda, existían patriarcas romanos negros y negro no era sinónimo de esclavo. Las dinastías se casaban entre sí para conservar linaje, pero tampoco escapaban al mestizaje donde confluían muchas ascendencias y fenotipos. Importante era tener carta de ciudadanía. La inclusión siempre fue palabra sagrada de cualquier imperio para que los súbditos se identificasen con él. Las estatuas no cuentan historias sólo deseos de poder. Las muestras genéticas de las momias confirmaron ese mestizaje. Es probable que Cleopatra no fuera tan blanca. La duda para Netflix es una mina de oro, reinventa la historia para ser comprendida en el siglo XXI. Nuestra imaginación multicultural y multiétnica llevó latinos, chinos, negros a las galaxias ¿Por qué no hacerlo con el pasado?  La mundializada inclusividad es reflejo cultural de EE.UU. para unificar un país diverso y exporta esos valores con su industria del entretenimiento. Nosotros somos adictos a esa cultura y nos rendimos por completo a la embriaguez de la superficialidad histórica.

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