El ekeko y la fiesta de alasitas

J. Osvaldo Calle Quiñonez

Entre los collas, los habitantes de la región del Collasuyo —hoy llamada Bolivia— se dice que los espíritus tutelares de los antepasados suelen presentarse ante los hombres como seres pequeños, a veces con una larga barba, un vientre abultados y llevando consigo todo tipo de provisiones que regalan a sus devotos. Pero esos achachillas, como son llamados esos espíritus tutelares, también pueden presentarse como seres de estaturas descomunales, lo que generalmente ocurre cuando están enojados y están en su faceta de seres justicieros.

Uno de esos personajes pequeños, que tiene un vientre abultado y que lleva todo tipo de provisiones es el Ekeko, a quien la población venera el 24 de enero, en la fiesta de alasitas, que en el viejo aymara significa comprar (alashita).

Sobre el origen del Ekeko, hoy considerado diosecillo de la abundancia, la fertilidad y la felicidad no hay una versión única, sino varias. Entre los kallawayas, que están asentados en el norte de La Paz, se dice que en el tiempo en el que las montañas se comportaban como seres humanos, uno de los mallkus —que significa líder o jefe local como en ese tiempo eran consideradas las montañas— tenía relaciones extramaritales con numerosas mujeres. Desairada la esposa de ese mallku, que pudo llamarse Chacamita, acudió ante el achachila de Akhamani a quien presentó su queja, razón por la cual el gran Akhamani decidió que los hijos de la esposa serían considerados buenos y como tales venerados por los hombres, en cambio los hijos ilegítimos del mallku serían portadores de desgracias, razón por la vivirían en lugares solitarios.

Así nacieron los ekekos, hombrecillos barrigones, calvos, siempre de buen humor y que distribuían favores a los hombres, y también los anchanchus, que se parecían mucho a los ekekos, pero tenían una risa sardónica y eran la viva personificación del mal.

Se dice que el anchanchu, esta especie de duende maléfico, es pequeño y barrigón, tiene una cabeza muy grande en proporción a su cuerpo y camina con una sonrisa sardónica y al mismo tiempo fascinadora. Su ropa está cubierta de oro y en la cabeza lleva un sombrero de plata. Condenado a vivir aislado en cuevas o lugares abandonados, el anchanchu camina en momentos de tempestad, y en sus encuentros con los humanos pueden tomar diferentes apariencias, entre ellas la de una mujer rubia, para seducir a las personas, y cuando por fin lo logran, mata a sus víctimas chupándoles la sangre del corazón o transmitiéndoles el sojo, una enfermedad que hace que se sequen hasta morir,

Si el anchanchu es portador de desgracias, el ekeko es considerado el dios de la prosperidad y la felicidad, al punto que algunos incluso llegaron a confundirlo con Tunupa, el dios creador a quien también llaman Viracocha. Pero al creador se le presentan dádivas para dar gracias por lo que él ya ha dado, al ekeko se le presentan deseos, a él se le hacen pedidos.

El ekeko y su figura

A la llegada de los españoles, los aymaras lo veneraban como a uno de sus espíritus tutelares, lo invocaban de manera constante y a él le dedicaban una fiesta, aparentemente en el solsticio de verano. En uno de los primeros diccionarios aymara-español escritos en 1610, el jesuita Ludovico Bertonio dice que sobre él se cuentan muchas fábulas, en relación a los milagros que los aymaras decían que se habían producido.

Para representar al ekeko se fabricaban figuras antropomórficas de oro, plata y otros materiales, con los brazos abiertos, las que se decía estaban en todas las casas de los indígenas aymaras. Como dios de la fertilidad, muchas veces era representado desnudo con un desmesurado órgano sexual masculino.

La illa del Ekeko que fue recuperada de Suiza en 2014.

Otras veces el ekeko era representado como una “illa”, palabra aymara que significa “amuleto”, al que reverenciaban y le hacían pedidos. Por ejemplo, los aymaras de la región de Tiwanaku veneraban a una “illa” y le hacían plegarias cuando se producía algún robo, para que lo robado sea devuelto. Por esa razón la illa era conocida como el “santo de los ladrones”. Esa illa, que es una representación tiwanacota del Ekeko, fue llevada a Suiza en 1858 por un diplomático suizo que era considerado antropólogo, después de obtenerla de una manera que los indígenas calificaban de robo. Esa illa fue devuelta a Bolivia en 2014.

En la fiesta del Ekeko los agricultores le ofrecían frutos extraños de sus cosechas, los artesanos objetos de arte, tales como utensilios de cerámica, tejidos y pequeñas figuras. Aquel que nada podía dar de lo suyo los compraba pagándolos con piedrecillas que tenían alguna extraña particularidad, forma de pago al que nadie se negaba, para evitar ofender al diosecillo. Así surgió el sistema de compra y venta, «alashita» en el aymara que Bertonio documentó en la primera parte de su vocabulario aymara-español.

Durante la colonia los misioneros intentaron erradicar el culto al ekeko, pero sus esfuerzos fueron infructuosos, y por el contrario fueron los mismos españoles quienes impulsaron la forma actual en la que es venerado.

En 1780, cansados de los abusos de los españoles, los pueblos indígenas iniciaron una rebelión contra la colonia. En Perú José Gabriel Condorcanqui, adoptando el nombre de su abuelo Tupac Amaru, el último inca de Vilcabamba, lideraba la rebelión de los pueblos quechuas para recuperar la independencia. En ese tiempo, en el alto Perú, Julián Apaza inició una rebelión de los aymaras para expulsar a los españoles, organizó un cercó la ciudad de La Paz.

Ese cerco comenzó el 13 de marzo de 1871 y se prolongó por más de 3 meses tiempo en el que la ciudad no podía aprovisionarse ni de agua ni alimentos, provocando la zozobra en muchos de sus 11.000 habitantes, en ese entonces la mayoría españoles, muchos de los cuales murieron por inanición.

En ese tiempo, según las leyendas paceñas, en la casa del gobernador de La Paz, Sebastián Segurola, vivía Paula Tintaya. Ella, quien estaba comprometida con Isidoro Choquehuanca, a la sazón en las filas de Tupac Katari, debía trabajar como sierva —la condición a la que los aymaras habían sido sometidos—, al servicio de la familia del gobernador.

Esta joven, a diferencia de sus patrones disponía de alimentos que su prometido, en secreto, le llevaba atravesando las líneas de defensa de la ciudad.

En el quinto mes del cerco, cuando la falta de alimentos ya era absoluta, Ursula Rojas, la esposa del gobernador se desmayó por la desnutrición y luego se puso a delirar por alimentos. Sin poder hacer nada por su esposa y ya resignado a su suerte, Segurola salió de su casa para atender las emergencias derivadas del cerco, aunque le rogó a Paula, no abandonar y por el contrario cuidar a su moribunda mujer.

Por compasión, lo que los españoles no tenían para con los indígenas, Paula tomó de su habitación una parte de sus alimentos con los que preparó comida para la mujer. Así, cuando Segurola volvió del frente resignado a encontrar a su mujer muerta, no sólo que la encontró reconfortada, sino que también él mismo recibió un plato de comida.

Intrigado Segurola quiso conocer el origen de los alimentos, pero Paula, para evitar peligros para su prometido, le dijo que los recibía el Ekeko, el diocecillo de la abundancia que era adorado en el altiplano, quizás porque, según las leyendas, antes de ingresar al servicio de los Segurola, ella había recibido de Isidro una «illa» que representaba al Ekeko.

Más tarde los españoles obtuvieron refuerzos con los que rompieron el cerco y luego ejecutaron una cruel venganza contra los aymaras. Sin embargo, fueron los mismos españoles quienes impulsaron la realización de la fiesta de alasitas, ya no el 20 de octubre, sino el 24 de enero.
Pero entonces cambió la apariencia del diocecillo. Ya no se lo representaba desnudo, sino como un personaje pequeño, con los pies pequeños, rostro rechoncho, un pequeño bigote y un rostro sonriente. Él está vestido con un poncho rojinegro, un sombrero y un gorro. El lleva consigo toda clase de objetos que representan lo necesarios para la vida y el cumplimiento de los deseos. Las esculturas del ekeko están cargadas de bienes, y generalmente son huecas, por lo que cuando reciben en su boca un cigarro, como se hace los días martes y viernes, las corrientes de aire hacen parecer que el diocecillo fuma.

En la principal feria, que se inicial al medio día del 24 de enero en el centro de la ciudad de La Paz, tiempo en el que los vecinos, sin importar el estrato social al que pertenezcan, compran provisiones en miniatura que representan sus deseos para el futuro. Además de alimentos y casas existen productos para todos los sectores. Por ejemplo, los estudiantes pueden comprar títulos académicos en miniatura, los artesanos herramientas, los transportistas vehículos. También están para la venta pasaportes y maletas, que son compradas por quienes aspiran a realizar viajes. Además, en las últimas décadas se han hecho populares los billetes de alasitas, que son reproducciones detalladas de los billetes de curso legal, pero en miniatura. Esas miniaturas que simbolizan la prosperidad y felicidad primero son llevadas a una misa en la que son bendecidos por un sacerdote católico, pero luego es llevado para que un yatiri, una especie de sacerdotes aymaras, realicen la Ch’alla, una pequeña ceremonia de agradecimiento a los dioses tutelares, para que los deseos sean cumplidos.

Esa costumbre de representar con miniaturas los deseos es común entre los aymaras, por eso que la venta de miniaturas también se produce en otras fiestas populares como en la de Copacabana.
Hoy en día, como en el pasado, el Ekeko es venerado en muchos de los hogares, y su culto se ha extendido desde La Paz hacia otras regiones suramericanas, al punto que se celebra la fiesta de alasitas incluso en la lejana Suecia.

Bibliografía consultada

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Montaño, Patricia (2017). El origen tiwanacota del Ekeko. Escuela socialista comunitaria. Disponible en http://escuelanacionaldeformacion.blogspot.com/2017/02/el-origen-tiwanacota-del-ekeko.html

J. Osvaldo Calle Quiñonez

Periodista especializado en economía. Trabajó en el Semanario Aquí, los periódicos, La Razón, Ultima Hora, Hoy, La Prensa y el semanario Pulso. En 2000 incursionó en el periodismo electrónico organizando el sitio report-e.com y en la actualidad dirige el periódico por Internet www.bolpress.com.
Ha escrito libros sobre los procesos de reforma económica y es colaborador de publicaciones en México, España y Bélgica. En la actualidad reside en Alemania.

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