Nuestra dificultad para definir los hechos y el imperialismo normativo

La manipulación entre “lo que es” y “lo que debe ser”

Lorgio Orellana Aillón

El meme que ilustra este artículo circula hace unos buenos años por las redes, revela un rasgo muy característico en la cultura popular boliviana y, quizás, de todo país donde el catolicismo tiene bastante arraigo. En el meme, una mujer dice creer en las energías y su interlocutor – según parece, un científico- le pide que precise a qué se refiere, para tener claridad sobre el objeto de que se habla. Ella se siente ofendida por esta solicitud de precisión y le dice que respete su creencia.

Uno podría citar incontables ejemplos en los que el simple señalamiento de la existencia de un hecho es inmediatamente asumido como una crítica moral. Si, por ejemplo, uno sostiene que los datos estadísticos muestran que la deuda pública ha aumentado considerablemente en los últimos años, no faltarán los detractores que asuman que se está atacando al gobierno boliviano del MAS, que uno es un «pitita» (como se les conoce a quienes están en la oposición de derecha) y así. Si bien, en un ambiente tan politizado, tal afirmación efectivamente podría encontrarse dentro de una estrategia de crítica al gobierno, no necesariamente es así.

El contenido de estas páginas no refleja necesariamente la opinión de Bolpress

Pero, el problema no se remite únicamente al ámbito de la política, altamente polarizado, aunque es verdad que dicho ambiente contribuye aún más a enturbiar el conocimiento. En realidad, forma parte de nuestra cultura popular el dar por sentado que todo juicio de hecho es un juicio de valor.

Desde los clásicos de la sociología, Weber mediante, sabemos que sin la distinción entre juicios de hecho y juicios de valor la ciencia no es posible. Por su parte, en la tradición materialista, la realidad objetiva existe independientemente de la consciencia, la voluntad, los deseos y las preferencias de los individuos. Estos planteamientos básicos tienen en nuestro medio muy poca difusión. No forman parte de la cultura escolar. Y constituye un gran problema, pues no existe objetividad posible si las personas no pueden ponerse de acuerdo en lo que pasa, independientemente de que estén o no de acuerdo con ello.

La moral cristiana y la ideología del derecho han colonizado amplios ámbitos del conocimiento, lo que explica lo difícil que resulta para los bolivianos ponernos muchas veces de acuerdo sobre qué es lo que verdaderamente está pasando, sobre cómo podríamos definirlo. La confusión entre «lo que es» y «lo que debe ser», acarrea constantes malentendidos. La realidad tiende a concebirse como el resultado de un plan preconcebido en base a los criterios de lo que es justo y de lo que es injusto, como si hubiera sido el producto de un demiurgo creador que puso todo lo que está ahí por alguna razón.

Este obstáculo epistemológico persiste independientemente de que se crea o no en Dios. Aun en el ámbito académico y universitario, queda intacta la idea de que los hechos se encuentran regidos por un criterio moral.

Si uno de los rasgos del desarrollo de las sociedades capitalistas modernas, vinculadas con el proceso de secularización de que habla Weber, fue la separación de la moral respecto del ámbito de la ciencia – fundamento gnoseológico de la distinción entre juicios de hecho y juicios de valor que hace Weber – en Bolivia, la moral es un obstáculo que complica el conocimiento de los hechos. Si algo que sucede es moralmente definido como malo, se tiende muchas veces a negar su existencia o a denunciarlo moralmente como malo. En ambos casos el conocimiento y la comprensión de los hechos quedan comprometidos, en tanto no existe un espacio propiamente científico, relativamente independiente de la moral religiosa, del discurso jurídico y de la política, en el que dicho fenómeno pueda ser explicado.

El fuerte peso que tuvo la carrera de derecho en la fundación de las ciencias sociales no ayudó a superar este problema, sino que lo profundizó aún más. Tanto la axiología católica como la axiología jurídica alimentan los juicios normativos. La realidad se confunde con lo que ésta debería ser desde los criterios morales católicos o según como la ley lo ordena.

Si bien nadie puede despojarse totalmente de sus prejuicios ni de su ideología, la ciencia social se distingue del sentido común y de la opinión corriente. Se trata ante todo de buscar describir, comprender y explicar lo que acontece en el mundo social. Pero el problema surge en el inicial intento de describir lo que pasa, de definir lo que sucede, pues entre quienes intentan hacerlo y los sucesos, no existe la suficiente distancia objetivamente. Todo lo contrario, se piensa que sólo cuando uno es actor de los procesos puede conocerlos verdaderamente. «Si no eres aimara, no puedes conocer el mundo aimara», escuché una vez afirmar a un líder indianista. Bueno, Weber y Durkheim, que eran ateos, conocieron mejor que cualquier creyente el fenómeno religioso.

El imperialismo jurídico y el imperialismo moral cristiano constituyen dos de los principales obstáculos epistemológicos del conocimiento social en Bolivia. Si a ello se suma el advenimiento de la era de las post verdades en las redes sociales, el relativismo cultural postmoderno que desde los años 80 intentó socavar los fundamentos de la ciencia, cuyos ecos pueden verse en la reforma educativa vehiculada por el gobierno del MAS, que disminuyó la enseñanza de las ciencias en las escuelas – en no pocos casos bajo el argumento de que eso de conocer la realidad objetiva es ideología colonial – comprenderemos por qué es tan precaria nuestra capacidad para dar cuenta de los hechos; y, sobre todo, el porqué del margen de maniobra de las élites políticas para manipular a las masas ha aumentado tanto.

De ahí lo fácil que, en el mundo de hoy, decir simplemente la verdad se constituya en una ofensa.

Atrás