Los rituales cívicos suelen reforzar el sentido legítimo de “ser” de algún lugar y, para algunos, refuerza la idea de ser "gente decente" frente a las huestes

La relevancia de “ser paceño” o de cualquier otro lugar

Lorgio Orellana Aillón

¿Cuánto dice de alguien ser de uno u otro lugar? Ser de La Paz o de Santa Cruz, digamos. El recuerdo de las fechas cívicas suele hacer pensar a las personas que al nacer en cierto pago estarían envestidas de características especiales. Como si ese lugar, de por sí, tuviera algún poder mágico; esto, pese a que solo es uno más entre los millones que existen en este planeta; y nacer aquí o allá es un hecho contingente, que no implica mérito o talento alguno.

Y, aun así, mucha gente se siente orgullosa de ser de La Paz, o de Barcelona, por ejemplo, se abrazan, hacen fiestas y se felicitan porque haya sido de ese modo; se llegan a sentir muy especiales por ello.

Bourdieu sostiene que existe una magia social en esta transfiguración simbólica, que torna lo arbitrario, contingente y circunstancial en un evento especial, lleno de significado; los rituales juegan, precisamente, el papel de reforzar la creencia de una representación, en este caso, en torno a ciertas autoridades – alcaldes y gobernadores, por ejemplo- y en torno a una representación aún más abstracta, como La Paz, por ejemplo, que simboliza a la sede de gobierno del Estado boliviano.

«Hay que defender La Paz de las huestes de indios que bajan desde El Alto», escuché en unos comunicados que salían desde la zona Sur de La Paz durante los meses de octubre de 2003. En aquella coyuntura, esto de «ser paceño» adquiría una connotación de clase-etnia frente a aquellas «huestes».

En cierto sentido, el chauvinismo cívico que acompaña estas fiestas refuerza la solidaridad del sentido dominante de «ser paceño» – «la gente de La Paz» – que en una sociedad dividida en clases-etnias sigue siendo predominantemente anti indio, anti «huestes».

Desde esta perspectiva, los rituales cívicos suelen reforzar el “sentido legítimo” de «ser paceño». Las fiestas julianas vehiculan una ideología reaccionaria que se entreteje con el miedo aún presente en las clases medias y en la «gente decente» a las huestes, con el temor que les podrían ocasionar las turbas.

En los momentos históricos en que «la indiada carga», como durante el golpe de octubre-noviembre de 2019, se puede ver cómo este espíritu reaccionario paceñista, alimentado desde el Estado, sale a la superficie cohesionando ideológicamente por derecha el nacionalismo de una sociedad civil mestiza.

Finalmente, el Estado, en lo básico, alimenta aquellas creencias que precautelan su existencia como institución.

Y multitudes coadyuvan en dicho proceso al inflar el pecho sintiéndose «paceños». Son estos los rituales, como la fiesta del 16 de Julio, que muestran la relativa eficacia hegemónica y la persistencia de la República de Bolivia.

 

*Foto: Desfile de teas el 16 de julio de 2022. ABI-Josué Cortez

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