¿Por qué tanto odio en el mundo?
El politólogo y ensayista indio Pankaj Mishra, en su libro “Age of Ange. A History of the Present traza un diagnóstico lúcido por el odio que está atravesando nuestro mundo. Según el análisis que hace, la culpa de todo es del proyecto mundial que significa modernidad, emancipación e individualismo. El mundo está cada vez más fuera de control. Terrorismo, racismo, misoginia, insultos en las redes sociales, están al órden del día. Se vive en un estado de emergencia global, en la que la guerra civil y el desastre ambiental convergen. Una atmósfera tóxica de miedo que los demagogos como el estadounidense Donald Trump y el turco Tayyip Erdogan no evitan manipuar. ¿Por qué la gente está tan exasperada? ¿Cuáles son las raíces de este resentimiento?
Pankaj Mishra observa que con la caída del “Muro de Berlín” y la disolución de la URSS se ha creído en una solución de democracia liberal y que el capitalismo global hubiese traído consigo prosperidad para todos, pensando en un progreso progresivo e inarrestable. El proyecto moderno de emancipación era un proyecto de valor y los primeros en llevarlo adelante han sido los ambiciosos filósofos de los salones parisinos, la idea de libertad, igualdad y hermandad era limitada y se refería a personas como ellos, no a las masas. Seguramente no a las mujeres, a los negros y a los exclavos
En el 800 la emancipación de una autoridad tradicional toma una forma muy distinta gracias al capitalismo, a la industralización y al advenimiento de las masas en política. Una enorme cantidad de gente comienza a desear libertad, igualdad, prosperidad, pero no logran alcanzarlos y se sienten atraídos por el socialismo, el comunismo y finalmente por el nacionalismo. El modelo histórico es muy claro, cada vez que hay una crisis económica o política, con enorme desigualdad, se abre el camino a los demagogos, al nacionalismo y al terrorismo de distinta naturaleza.
Entre el 1998 y el 2011, aproximadamente la mitad del aumento en los ingresos entró en los bolsillos de un décimo de la población, naturalmente la más rica. Muchos jóvenes, incluso con instrucción elevada no encuentran trabajo y se adaptan a cualquier tipo de trabajo o no trabajan en absoluto. No tienen una red de protección social, por lo tanto desarrollan fantasias de violencia, imperialismo, guerra, expansión. Y este desorden se ve en escala global.
Después del 11 de septiembre, el terrorismo ha sido leído como un choque de civilizaciones. De una parte los laicos iluminados, amantes de la libertad y de la democracia y de la otra parte, los fanáticos religiosos, responsables del caos.
El terrorismo, nacido a fines del 800, ha involucrado tanto España, Rusia como Italia. Conectarlo a la comunidad musulmana es una idea estúpida, por que lo vemos ahora, concierte a todos los tipos de personas. Podría involucrar al terrorista noruego Anders Beharing Breivik autor de los atentados del 22 de julio de 2011 o los supermachos blancos en los EE.UU. o al hijo de un emigrante en Inglaterra. Muchos terroristas no son religiosos, de hecho, se han radicalizado rapidamente. Demagogos y terroristas florecen en el mismo clima de desafección y resentimiento. Gente vulnerable que vota por Trump o se vuelve violenta. Una violencia anárquica que surge de la ira y el deseo de dejar oír su voz para llamar la atención sobre sí mismo, esto es crucial.
Omar Mareen, el killer que ha provocado la muerte de 50 personas en una discoteca gay de Orlando, no conocía la diferencia entre Isis, al-Qaeda, y Hezbolah, pero googlaba su nombre en Facebook mientras abría fuego, para ver quien o quienes hablaban de él.
Los antepasados de los radicales islámicos han surgido en el mundo Occidental. La combinación entre arte y política, los discursos, el saludo romano o el brazo estirado, los uniformes de color marrón o las camisas negras, las paradas militares y el uso de múltiples medios fueron empleados por el fascismo y el nazismo.
Para tantos hombres perdidos y marginados en las periferias de París o Manchester, también éste es el atractivo del Estado Islámico, la política como espectáculo, el convertirse en hombres reales a través de la estilización de la violencia. El narcisismo selfie del Isis, la violencia contra las mujeres y la destrucción de las ciudades se hace eco del fundador del movimiento futurista del 900 “la primera vanguardia”, el italiano Filippo Tommaso Marinetti quien exalta las guerras y menosprecia a las mujeres. Y quería destruír los museos y las librerías. Hoy la violencia se ha convertido en una experiencia existencial y estética. Un narcisiamo digital trazando las raíces del descontento dedica un espacio a Jean-Jacque Rousseau el filósofo francés que había denunciado los peligros y las contradicones de la ética materialista en una sociedad basada en la emulación de los ricos.
El proyecto moderno representa una rotura radical respecto a todo lo que había existido antes con las revoluciones políticas, luego la revolución industrial y el capitalismo. En el Novecientos sucede algo que no tiene precedentes en la historia de la humanidad. Todo un modo de pensar y vivir cambia tortalmente y dramáticamente. Rosseau vive cuando este proceso acaba de comenzar. Los ideales del mundo moderno han sido formulados y está emergiendo una nueva civilización basada sobre la razón. Si miramos a la historia del mundo esta pegunta se ha repetido una infinidad de veces por nacionalistas, revolucionarios socialistas, comunistas, terroristas etc., solamente que Rosseau ha sido el primero en hacerla, anticipando la solicitud de redención del moderno perdedor favorito. A través del imperialismo y la guerra se han exportado los valores en otras partes del mundo. Ahora incluso muchos estados de Asia y de Africa están experimentado el fracaso de la modernidad.
Para la mayor parte de la historia, en la tierra se hubo sociedades muy distintas, a menudo aisladas y autosuficientes. Esta diversidad los ha mantenido vivos durante mucho tiempo. Sus problemas fueron geográficamente de vecinos confinantes. Con la integración promovida por el imperialismo y el capitalismo global, esta diversidad ha sido completamente destruída y reemplazada por formas homogéneas de producción y consumo y hoy todos aspiran al mismo estilo de vida. Es un cambio radical porque la gente se encuentra en un estado que la filosofa alemana Hanna Arendt llamaba “solidariedad negativa”, actualmente amplificada por la comunicación digital.
Esta competición brutal por bienes, recursos y territorio ha llevado a guerras terribles. Este modelo lo vemos en China, India y otros países. Todos compiten entre sí en un estado de irritación y de odio recíproco que se convierte en explosivo. Por lo tanto el deseo de 9 billones de personas, no sólo es políticamente peligroso sino que también es insostenible para el medio ambiente.
Es el mismo Papa Francisco que lo describe y lo hace como el intelectual público más influyente y es irónico que los hombres del iluminismo laico miren a un religioso como guía. La ironía está en la historia, una historia moderna que comienza con el rechazo de la Iglesia, la burla implacable de sus principios y el énfasis en la libertad individual. Ahora el individualismo ha llegado a un punto muerto y estamos redescubriendo esos valores que pueden unir a las personas mediante la creación de vínculos. Por esta razón Papa Francisco gusta, habla de la importancia de la compasión, la empatía, la solidariedad por el sufrimiento de los más débiles y el rechazo a la violencia.
Estamos en un mundo que ha sido radicalmente transformado y donde no hay otras formas de vivir a parte de la exportada desde Europa Occidental: industralización, consumo, adquisición. Nuestras esperanzas están puestas en frenar este proceso de destrucción de nuestro planeta y desmantelar la violencia. Sólo podemos desacelerar lo inevitable: un día muchas partes de la tierra se verán sumergidas por el agua y habrán guerras terribles que involucrarán a nuestros hijos porque demasiados estados poseen la bomba atómica y ahora están gobernados por locos como Donald Trump.