Todos somos hijos de las piedras –aunque no lo sepamos, aunque lo olvidemos.
Todos somos hijos de las piedras y a veces las piedras nos hablan. Hay que estar atento y oírlas, de eso se trata.
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Sucede que hemos olvidado o no sabemos. Hemos olvidado del poder de imantación, la magia del magnetismo, los perpetuos cambios de la geología, la acumulación energética –esa luz reveladora de las piedras-, el frenesí de lo químico, las vibraciones del sonido –la memoria del viento se preserva en cada piedra, las canciones del agua, la música del debajo del mundo, la acústica del vacío, los mensajes secretos de las montañas: toda esa belleza, todo está adentro de ellas.
Todos somos hijos de las piedras. De su proteína mineral. De su inspiración que no cesa. De su atracción que jamás daña. De su tenacidad. Su resistencia.
Toda la piedra es virtud. Eso que redime: cada piedra está revestida de fe y de gracia.
A veces, muy de vez en cuando, nuestra Madre Piedra nos habla. Hay que estar dispuesto a oírla, de eso se trata.